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Nubes oscuras se cernían sobre Jackie. Remembranzas de su infancia la atormentaban en sueños. Una mano trataba de sujetarla, “Mamá no me dejes” exclamaba la joven en sueños, al tiempo que escuchaba un amargo llanto y la mujer se desvanecía entre aquellas nubes oscuras.
Jackie se despertó de improviso. Hacía años que no tenía ese sueño el cual la había atormentado de pequeña, ahora volvía de nuevo.
Su cuerpo estaba lleno de sudor, sus manos temblaban y su respiración era dificultosa. No estaba segura ya de nada, se sentía perdida.
- Apenas si la recuerdo – murmuraba mientras observaba temblar sus manos - ¿por qué debe interesarme qué motivos tuvo para dejarme?
No estaba segura aun de que haría, aunque no podía evitar sentir curiosidad. Desde siempre había sido curiosa, era uno de sus mayores virtudes y su peor defecto al mismo tiempo.
Aquella historia del viejo fotógrafo, el misterio de su madre ligado a aquel suceso y al orfanato era demasiado interesante para no querer escuchar el final de la historia.
Mientras observaba su café pensaba en la posibilidad de escuchar el resto de la historia del viejo, de saber el motivo por el cual fuera abandonada por su madre y las respuestas a muchas otras preguntas.
Un suspiro se le escapó mientras acercaba el café negro a sus labios carmesí.
Había tomado una decisión, no había tiempo que perder, quería escuchar el resto de la historia.
Sin pensarlo dos veces aceleró el paso tomando un bus que la llevaría a su destino, a las respuestas que ella siempre había esperado; su corazón latía tan rápido como un tambor en espera de escuchar lo que el viejo tenía que decir.
Después de algunas paradas de aquel bus destartalado y el soportar el llanto de los niños y los vendedores que subían y bajaban, finalmente llego a la puerta de aquel viejo edificio, se bajó de un salto y observó la gran edificación, en el exterior los almacenes trabajaban sin prestar atención a nada más, mientras que en el interior de la gran casona una persona permanecía sentada al pie de una puerta leyendo el periódico con su bastón en el piso.
Jackie se acercó hasta la reja y al observarlo, no pudo evitar dudar por unos segundos de la decisión que había tomado, pero ya estaba ahí y ya era tarde para arrepentirse, el viejo ya la había visto y se dirigía a donde ella se encontraba.
- Veo que has tomado una decisión – dijo Manuel, mientras quitaba el candado de la reja.
- Así es.
- Entra y dime cuál es.
Jackie entró y se sentó al pie de la escalera secándose el sudor de su frente y arreglando su cabello.
- Deseo saber – fue la respuesta que dio.
Manuel apoyándose en su bastón la observó, primero serio, luego esbozando una sonrisa y después lanzando grandes carcajadas con una inusual alegría.
- Disculpa mi niña, disculpa pero el recibir esta respuesta es lo mejor que me han dado en mucho tiempo – se excusaba el anciano mientras se calmaba - ¿es decir que podré continuar mi historia?
- Si, aunque me gustaría que se centrara un poco más en mi madre, ¿era Josselyn?
- Eso, aunque te enoje, no te lo puedo decir aun; le prometí a tu madre que si alguna vez te encontraba te contaría toda la historia, no solo una parte; es por eso que debes escucharla toda si quieres saber sobre tu madre. ¿Aun quieres que siga con la historia?
Jackie se quedó meditando sobre la respuesta del viejo fotógrafo durante unos minutos mientras sus manos se estrujaban entre ellas mezclando rabia y resignación.
- Si esa es la única manera – suspiró la joven – pero ya que usted va a contar la historia a su manera por lo menos yo elegiré dónde la contara.
- Me parece justo.
- Venga, hay una vieja cafetería por aquí, me parece que es de antes de su época; nos sentaremos con un helado, unas galletas y me contará la historia.
Sin importar cuánto tarde quiero escucharla toda, desde donde nos quedamos hasta su final.
Manuel la observó feliz mientras sus arrugas se acentuaban por la sonrisa que esgrimía.
- Mi niña... – dijo el viejo al tiempo que extendía su mano – no lo esperaría de otro modo.
“Poco a poco me fui acostumbrando al lugar y, aunque no podía borrar el dolor de mi pérdida, todo se fue atenuando con la ayuda de mis nuevos amigos, Josselyn y el muchacho de piel oscura y ojos claros que tocaba la flauta; pronto descubrí un secreto sorprendente, lo recuerdo bien, estábamos de paseo a la iglesia que quedaba cerca de allí, creo que aun está en pie, San Francisco se llamaba, fuimos un gran grupo guiados todos por el asistente del Conde. según recuerdo era domingo así que como de costumbre iríamos temprano a misa y luego a comer helados, noté de inmediato lo emocionada que estaba Josselyn de ir, me pareció raro tomando en cuenta que siempre que le hablaba de curas o monjas me hablaba pestes de ellos y de la religión en general.
No pensé que fuera nada, sin embargo en ese momento decidí prestarle más atención a ella que a la misa en sí.
Al llegar a la iglesia nos sentamos en las primeras bancas tratando de hacer el menor ruido posible ya que el asistente del Conde era conocido por sus crueles castigos para quienes lo desobedecían, a pesar de que usualmente aparentaba ser alguien poseedor de un tierno corazón.
El asistente se encontraba de pie, todas las veces que fuimos a la iglesia nunca lo vi sentarse o hacer la señal de la cruz, era como si su única labor era cuidarnos y evitar que hiciéramos destrozos, más que participar de la misa como los demás asistentes.
De cuando en cuando veía de reojo a Josselyn para ver qué era lo que le entusiasmaba de esta salida en particular, al principio no lo noté, luego me percaté de inmediato.
Fue cuando vi que su rostro se había puesto ligeramente más colorado, como si se hubiera sonrojado al ver a alguien en especial, busqué hacia donde había dirigido su mirada y finalmente me percaté, aunque se me hizo difícil entender en ese momento la razón de lo sucedido. Casi al final de la fila de bancas había una distinguida familia de rostro recio y a su izquierda estaba una joven de piel canela y profundos ojos negros y cabello del mismo color que miraba a mi amiga con una ardiente intensidad.
Después de aguantar un largo sermón en latín salimos en filas de dos, un niño al lado de una niña directo a la casa cuna para el almuerzo del domingo, pude notar que Josselyn sonreía de oreja a oreja, lo cual hacía rara vez desde que la conocía.
- ¿Te gusta esa niña? – le susurré casi de improviso
Ella no dijo nada al escuchar mi pregunta, simplemente abrió sus ojos sorprendida de que lo haya notado y se sonrojó tanto como un tomate; no dije nada más acerca de ese tema, supuse que cuando ella estuviera lista me diría lo demás.
Mientras me encontraba en el gran salón donde todos nos sentábamos a comer, Josselyn se me acercó con su plato de comida en la mano y se sentó a mi derecha.
No me miró, siguió comiendo y observando a los demás, pensé que estaba enfadada; no sabía qué esperar de ella en ese momento.
- ¿Cómo te diste cuenta? – preguntó finalmente sin mirarme.
- Por la forma en que se miraban, aun recuerdo esa mirada en el rostro de mis padres cuando estaban vivos.
Sonrió de nuevo más no volteo a mirarme.
- Aun no la conozco en persona, solo sé que se llama Carolina y que su padre trabaja con los carabineros, tengo miedo pero quiero conocerla.
- ¿Qué te detiene?
- Andrés, soy la única que lo cuida, si yo me voy, ¿quién cuidara de él?
Quedé en silencio por unos segundos meditando sobre ese problema mientras sorbía mi sopa, sabía que debía ayudarla, debía devolverle el favor que me hizo cuando me rescató aquel día.
- Yo lo haré – dije finalmente.
Ella no dijo nada ni me miró, pero pude notar que se sorprendió por mis palabras, me dio un beso en la mejilla y me susurró: “tengo las llaves del portón, la veré el próximo sábado, te encargo a Andrés, cuídalo con tu vida.”
Fue una promesa que se me hizo difícil de mantener, era aun un niño y no siempre podía hacerme el rudo con los otros chicos del orfanato, especialmente con Jorge y su banda.
Un día lo comprobé cuando el Conde y su asistente habían salido y solo quedaban unos cuantos adultos bastante incompetentes para cuidarnos a todos.
Aquel delgado muchacho de grandes ojos sostenía con fuerza a Andrés respaldado por algunos chicos mayores que le servían como guardaespaldas, yo me sentía impotente, intenté gritar, hacer que se detuvieran pero eso parecía entretenerlos aun más, hasta que después de intercambiar unas miradas cómplices con algunos de su grupo y observar un reloj me impuso una prueba, un desafío para averiguar si valía la pena parar la tortura o seguir no solo con Andrés sino también conmigo.
Me sentía incomodo con la prueba que me habían impuesto pero Jorge y sus amigos no dejaban en paz a Andrés, no sabía qué hacer en ese momento. Josselyn se había ido con Carolina al parque San Francisco no sabía si volvería a tiempo; lo único que sabía era que Andrés era mi responsabilidad, sin embargo me sentía inútil al observar aquellas burlas despectivas sobre aquel frágil muchacho de piel canela.
- ¡Basta! – grité sin siquiera darme cuenta de lo que estaba haciendo.
- ¿Basta?, ¿cómo es eso que basta? Mira pelado, sin la flaca por aquí yo mando así que lo jodemos hasta que YO me aburra, ¿estamos? – me dijo Jorge mientras acercaba su rostro a mi cara tratando de intimidarme.
- ¿Qué se necesita para que lo dejes en paz? – pregunté reuniendo fuerzas para no hacerle sentir el miedo que brincaba en mi corazón.
El delgado muchacho me sonrió con sus labios rosados al tiempo que miraba a los demás y éstos le sonreían de vuelta.
- Pues mira, esto es lo que tienes que hacer: vas a la oficina del Conde y me traes lo más valioso que encuentres –me dijo mientras me mostraba la flauta de Andrés y sonreía – si te descubren no solo rompo esta porquería sino que le rompo las piernas al negro este.
No estaba seguro de qué iba a hacer, mi corazón rebotaba a mil por hora y de mi boca salió un: “¡de acuerdo lo haré!” el cual me sorprendí de haber dicho.
Jorge sonrió con unos dientes ligeramente amarillos e hizo que soltaran a Andrés mientras me abría paso para que cumpliera lo ofrecido.
- Recuerda, lo más valioso que encuentres, te estaremos esperando “men”, no tardes mucho – dijo aquel delgaducho muchacho mientras me palmeaba la espalda dándome ánimos para que cumpliera aquella tarea.
- Ya, pero no le hagan nada.
- De ti depende.
Mis manos temblaron mientras caminaba por los pasillos del orfanato hasta la gran puerta de madera que permanecía cerrada, era la oficina del Conde; solté un suspiro y con algo de esfuerzo pude abrirla.
La estancia estaba iluminada por la chimenea encendida brindando una húmeda tibieza; a pesar de que en el exterior arreciaba un fuerte calor anunciando lluvia en cualquier momento.
El lugar parecía la habitación de un aristócrata incluso pude notar un escudo de armas bastante extraño y un bello ropero de caoba adornado con dos dragones en cada puerta pero lo que más me llamó la atención en ese momento fue una daga de bronce y plata la cual tomé esperando que con eso fuera suficiente para evitar que Jorge molestara más a Andrés y lo lastimara. Cuando ya me disponía a salir del lugar con absoluto éxito escuché pasos que se acercaban a la oficina; el corazón casi me salta del pecho, pensé en escapar, pero, ¿escapar a dónde?
No había cómo, no existían ventanas ni puertas de emergencia, estaba atrapado y cuando pensaba que sería mi fin, recordé el gran armario de caoba y sin pensarlo dos veces me escabullí allí esperando que fuera mi salvación de ser descubierto.
Abrí la puerta ligeramente. No podía evitar la curiosidad de saber qué sucedería en aquella oficina mientras permanecía escondido.
Era el Conde y su siempre sonriente ayudante hablando de negocios, según creí al principio, mas, luego de prestar atención entendí de qué iba aquella conversación la cual sería de suma importancia más tarde para mí:
- ...Sí mi buen amigo, aun recuerdo aquella apuesta de ver quién tenía más sexo con vírgenes, el problema es que muchos de los involucrados eran sirvientes de mi padre.
- No mi buen Conde, el problema fue que usted siempre era el más deseado en ese entonces por la corte inglesa.
- Jajajaja, ¿de veras lo crees?, pensé que era porque aquellas mujeres solo veían mi dinero.
- El hecho es que existe una gran diferencia entre un hombre y un gran hombre; eso me decía mi madre al compararme con Anthony, mi primo escocés – decía el sirviente del Conde mientras se arreglaba sus lentes.
- Gracias por el voto de confianza, ahora veamos ese mapa que conseguiste con ese concejal.
- No fue difícil, un poco de oro y esta gente haría lo que fuera.
Aquellos dos personajes extendieron un viejo pergamino sobre su escritorio y lo examinaron con detenimiento.
- Entonces necesitaremos diez más para extraer el tesoro, ¿verdad? – preguntó el Conde.
- Aproximadamente; diez adopciones en un día siempre es algo arriesgado, aun para este país tan caótico, poco a poco es mi recomendación.
- Sí, creo que es lo mejor, si quiero obtener el medallón deberé ser paciente.
- ¿Y el resto de riquezas, Milord? – inquirió el joven.
- Dime, ¿tu estúpido primo se preocuparía por el medallón o por las riquezas enterradas?
- Por las riquezas; es alguien simple de mente, nunca ha tenido visión de grandeza.
- Entonces ya tienes tu respuesta. – dijo finalmente el Conde enrollando aquel pergamino y guardándolo en un cajón de su escritorio.
Ambos hombres se fueron. Escuché la puerta cerrarse mientras me aferraba a la daga de plata con mis manos sin darme cuenta que su hoja lastimaba mis palmas; estaba más preocupado de que no me descubrieran, había escuchado que los castigos por desobedecer las reglas del Conde eran brutales. Pasaron unos minutos que se me hicieron eternos y finalmente decidí abrir la puerta del armario.
El lugar estaba vacío, no había peligro, mas, podía notar que en aquel lugar se respiraba un aire pesado, viciado, no quise averiguar más de lo que ya sabía y me retiré en silencio.
- ¿Lo liberaron a Andrés? – preguntó Jackie ansiosa por una respuesta - y si Josselyn era lesbiana entonces, ¿quién era mi madre?
- Tantas preguntas en alguien tan joven. Calma, si no te doy todos los detalles, ¿cómo entenderás el final de la historia?
Jackie se quedó en silencio, se dio cuenta que aunque la historia se volvía por momentos desesperante, si no sabía todos los pormenores nunca entendería las acciones finales ni las razones que tuvieron para hacer lo que hicieron; dejó escapar un corto suspiro de resignación y asintió con la cabeza en señal para que el viejo continuara con la historia, esta vez hasta el final...