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Hacía frío en aquel túnel, lo recuerdo bien; la semioscuridad era bastante abrumadora para alguien de mi edad, incluso para Josselyn lo era; sin embargo ella aparentaba no demostrar temor alguno, supongo que era mejor así, sé que si ella lo hubiera demostrado yo no me hubiera atrevido a seguir un centímetro más adentro de aquella tétrica caverna.
- ¿Qué es este lugar Josselyn? – le pregunté tratando de aclarar mi voz la cual se quebraba por el miedo que sentía.
- No lo sé, pero muchos de los chicos de aquí supuestamente fueron adoptados, solo espero hallar a Andrés pronto.
Caminamos por un tiempo indefinido en aquella eterna semioscuridad, hasta que hallamos una sombra solitaria que se mecía de un lado a otro en una esquina de aquella cueva, al principio no lo distinguimos bien, ninguno de los chicos que trabajaban en aquel lugar parecía tomarnos en cuenta, para ellos éramos invisibles, sin embargo aquel muchacho pareció reconocernos a pesar de la poca luz. No dijo nada, solo nos saludo, y sonrió.
- ¡Andrés! – exclamó en un susurro suave Josselyn mientras corría entre los demás chicos que escarbaban la tierra.
Yo también sonreí. El estaba vivo, sin su flauta pero vivo; caminé hacia él tratando de alcanzarlos, estar con ellos y abrazarlos pero un terrible dolor en mi cabeza me impidió caminar más; todo se fue oscureciendo, de aquel momento recuerdo poco, flashes tan solo: Josselyn corriendo hacia mí preocupada, Andrés contra la pared con una asustada expresión, una mano como garra sosteniéndome y finalmente sangre cayendo ante mis ojos para finalmente caer en una infinita oscuridad.
- ¿Qué pasó?, ¿Qué sucedió después? – exclamó Jackie.
Manuel Sonrió.
- Ten paciencia, ¿Quieres que lance el plato principal sin disfrutar por completo el entremés? – preguntó este acomodándose en su silla.
- Tiene razón – dijo ella entendiendo aquella curiosa pregunta – siga por favor, lo escucho.
La oscuridad pudo durar una eternidad por lo que sabía; solo sé que al despertar me encontraba atado a una silla, estaba solo o por lo menos eso creía yo, podía escuchar el chisporrotear del fuego, una chimenea me calentaba; apenas podía ver bien y aunque tenía la vista nublada traté de buscar a Josselyn y a Andrés en aquel lugar, pero no los encontré.
- No están aquí – me dijo una voz que no reconocí al principio.
- ¿Quién, quién está ahí?
- Ten calma muchacho – me respondió acercándose a mí, mostrándose ante mí, sonriente – siento mucho lo de tu cabeza, tuve que hacerlo para que vinieras aquí sin ningún inconveniente.
- ¡Tú! – exclamé al ver al Conde sonriente y pulcro sosteniendo con ambas manos el bastón con el que me había golpeado - ¿Qué demonios está sucediendo aquí?
- ¿Aquí?, ¡oh! Mi querido muchacho en estas tierras, en este mundo sucede demasiado para ser contado en el poco tiempo que tenemos, en cualquier caso si fueras otro me hubiera asegurado de desaparecerte como a los demás que se interpusieron en mi camino, pero tú eres diferente, me recuerdas a mí cuando tenía tu edad.
- No, no soy nada como tú, yo no estoy loco – exclamé.
- ¿Loco?, eso depende del punto de vista, lo que a ti te parece locura a cualquier otro le puede parecer genialidad, déjame meditar en tu situación, eres un exiliado de sangre azul, un noble entre la escoria sin embargo tu propia familia te rechazó.
Las palabras del Conde calaban en mi corazón como un puñal en mi pecho, no podía negar nada de lo que decía, solo retorcerme en mis ataduras evitando que el llanto emergiera de mis ojos.
- Estoy llegando a una fibra delicada – sonrió el Conde levantando mi rostro y observándolo – como verás nos parecemos más de lo que crees mi niño, en casi todo; excepto que yo no me detendré ante nada para obtener lo que deseo.
- ¿Y qué mierda quieres, qué justifica toda esta pesadilla?
- ¡Venganza por supuesto! – exclamó – un secreto me fue confiado cuando estudiaba confinado en un monasterio, alejado de mi familia, despreciado por ser el hijo de un conde y una de sus criadas, ahí descubrí la llave para abrir una puerta que me brindará poder y eternidad – el Conde abrió sus ojos mientras se vislumbraba un dejo de locura en sus pupilas – si, aun recuerdo bien las palabras de ese libro:
La media luna: señor de la noche perpetua; La estrella: señor de la luz agonizante; El ave negra: el señor de los huesos calcinados; El ojo: el señor de la última mirada; La flor: el señor del silencio perpetuo; La mariposa: el mensajero del fin. Los símbolos de aquellos seres estarán a flor de piel…
- ¿De qué demonios está hablando? ¿Qué es lo que pretende en verdad y por qué aquí?
- Esa es una historia muy larga, veras…
- ¡Conde! – exclamó una voz profunda y tétrica que lleno todo el salón en el que yo y aquel sujeto nos encontrábamos – ya ha dicho suficiente, por favor deje la habitación.
- Si, si, tienes razón debo retirarme, estoy tan cansado – susurró el Conde secándose el sudor de su cabeza mientras se encaminaba lentamente fuera de mi visión.
Una sombra oscura se apoderó de la habitación, incluso el fuego que calentaba la estancia húmeda se apagó y el lugar quedó en una azulada oscuridad. Mi piel sudada por el calor del lugar se fue enfriando cuando aquella sombra se acercó hacia mí.
- Veo que al fin alguien descubrió nuestra pequeña maniobra, sin embargo nunca pensé que fueras tú – dijo aquella sombra sonriéndome desde la oscuridad.
- ¡Tú! – exclamé, sorprendido al ver al joven asistente del Conde con la escasa luz que quedaba.
El me observó sonriente con su mirada fría y sin vida mientras esbozaba aquella tétrica sonrisa.
- Los mortales no entienden la verdadera medida del universo, se limitan a sus absurdas historias y se dejan manipular por otros humanos más poderosos – reflexionaba, mientras observaba cada uno de los objetos de la habitación.
Lo examiné con mi mirada, intrigado por su acción y las palabras que me había dicho recién, trataba de entender los motivos por lo que hacía todo esto, pero no lo entendía por completo, ¿ambición, venganza? Era difícil saber.
- ¿Qué quieres?, ¿Qué eres? – pregunté finalmente.
El me sonrió más. Fue una sonrisa vacía y malévola, al punto que casi me orino del miedo.
- ¿Qué quiero? – me repreguntó – lo que todos quieren: libertad; y sobre qué soy, pues, la respuesta es mucho más complicada de lo que crees, ¿de veras quieres la respuesta a la segunda pregunta?
Tragué saliva y me quedé en silencio pensando por unos segundos hasta que finalmente dije:
- Sí, quiero saberlo.
- Tienes el honor de que me presente ante ti, en eones no lo he hecho ante humano alguno; en épocas pasadas me llamaban Zulkuk, el devorador de almas, fui uno de los Dioses elementales en el gran principio que gobernaban grandes extensiones del universo oscuro; nuestra presencia solo era distinguible por nuestras marcas sagradas, hasta la gran batalla en la que perdimos nuestro corazón que era de uno y de todos – susurró finalmente, mientras su mirada se perdía en recuerdos estremecedores.
La habitación se sintió un poco más fría que antes y su piel pálida parecía casi transparente, podía apreciar sus venas y arterias con gran facilidad.
Mi cuerpo se estremeció ante la presentación de aquel ser, había develado su secreto ante mí sin ningún preámbulo destruyendo los preceptos con los que había sido criado, se me hacía difícil captar las palabras de aquel ser y no asociarlas con Satanás y Jesucristo; después de todo aun era un niño y era demasiado para mí entender todo lo que había visto y escuchado hasta el momento.
- Se te hace difícil entenderlo, ¿verdad? – me dijo finalmente Zulkuk acercándose a mi rostro, al punto que pude sentir su fétido aliento en mis fosas nasales.
- Yo… si… no lo entiendo, por favor déjeme en paz – balbuceé.
- Por supuesto que no lo entiendes, eres tan solo un pequeño y un humano además.
- Debo admitir que a pesar de los años aun se me hace difícil entender sus palabras y la explicación que dio a continuación.
- Por siglos lo he buscado, condenado a permanecer en estas tierras, lejos de los míos pero ahora que estoy tan cerca no permitiré que nadie se interponga así tenga que usar el poco poder que me queda para frenarlos – masculló arrodillándose ante el congelado fuego y observándolo con una extraña fascinación.
- ¿Qué es lo que buscas que valga la pena toda esta pesadilla?
- Mi corazón niño, busco mi corazón; muchos lo conocen como un amuleto, pero dicho objeto aparte de dar infinito poder a su poseedor, me dará la oportunidad de abrir la puerta que separa ambos mundos para unirlos otra vez como uno solo. ¡Pronto los grandes colosos olvidados regresarán a traer paz y justicia a los impíos! – exclamó con notable excitación en todo su ser.
- Estás loco, eso que quieres hacer es malo, la gente se dará cuenta, te detendrá – susurré asustado.
El me miró sorprendido por mis palabras y trató al principio de contener su risa, pero finalmente no pudo más y estalló en una sonora carcajada para luego calmarse y sentarse en una silla al frente de mí y observarme con fascinación.
- He estado buscándolo por más de tres mil años, ¿crees que alguien se ha dado cuenta?, los humanos son demasiado estúpidos; en este momento el presidente de este país ha llevado a su población a una desesperación casi total y está al punto de una enfrentamiento armado, nadie se daría cuenta de mi surgimiento, están muy ocupados con sus propias patéticas vidas.
Tragué saliva y lo miré de forma dura; supe en ese momento que tenía razón pero no lo quise admitir solo permanecí en silencio, hasta que recordé a mis amigos.
- ¿Dónde están Josselyn y Andrés?, ¿Qué has hecho con ellos?
Mi pregunta pareció divertirlo de nuevo y levantándose de la silla en la que se había sentado tomó una copa de brandy y luego de probar el licor se despidió de mí con un “buenas noches” para luego cerrar la puerta con llave y dejarme en la oscuridad de aquella habitación con aun más preguntas que al principio.