Los llevaron a ellos y a los otros veinte médicos y laboratoristas que les servirían de asistentes y colaboradores; lejos de los laboratorios principales, bajo tierra a unos sótanos oscuros y extraños que parecían haber estado ahí desde siempre.
Les sustrajeron las anotaciones, los programas y las fórmulas. Todo por lo que habían trabajado en la creación de nuevas drogas y mecanismos médicos y, descaradamente, les entregaron diseños, planos y fórmulas de armas, bombas y demás mecanismos de muerte y destrucción que debían desarrollar so pena de desaparecer a sus familias.
El Dr. Brennan tenía hijos pequeños, y sin embargo fue el primero negarse y tratar de hacer frente a la situación, convencido de que eran solamente charlatanerías para obligarlos a obedecer; pero fue en vano.
Al ver el pobre intento de negativa, el Dr. Gilliam sacó de su bata blanca un revolver y, sin inmutarse siquiera, reventó la primera cabeza que tuvo cerca, sembrando el pánico entre los demás médicos y expertos; dejando en claro que no estaba jugando.
O trabajaban o trabajaban. No había de otra.
Su laboratorio estaba muy bien abastecido no necesitaban nada del exterior, excepto quizás alimentos. Asignaron a una persona a que dos veces al día les llevaba alimentos a todos.
Esta persona era igual al resto de los extraños que poblaban el edificio, pero a la vez era distinto. Era él quien informaba de todo lo que sucedía sobre sus cabezas y en el exterior. Así supieron cuando las alianzas entre países se rompían abruptamente.
El desmembramiento de ONU, la abolición de la OEA, y por último, la caída del Vaticano fueron las pruebas que necesitaban para darse cuenta que el fin había comenzado… y lo habían creado ellos.
Seres de poca fe, como casi todos los científicos, de pronto empezaron a hablar entre ellos sobre las señales del fin, las profecías bíblicas y demás argumentos teológicos que hicieron a más de uno caer postrado de rodillas clamando el nombre de Dios.
El pánico se apoderaba rápidamente de ellos, a medida que los estremecimientos de tierra y los ruidos se hacían más frecuentes y las noticias del exterior llegaban a ellos por su extraño informante; más en cuenta iban cayendo de que cabía la posibilidad de que pronto, quizás ellos serían los únicos humanos con vida sobre la faz de la Tierra.
Un día preguntaron a su guardia e informante sobre las intenciones de Excelión al hacer lo que estaban haciendo y la respuesta los dejó, quizás con más preguntas aun.
“¿No lo ven?” preguntó el joven “Ella quiere destruir su mundo.”
¿A qué se refería con “nuestro mundo”? ¿Acaso no pertenecemos todos al mismo? Y ¿Quién era “ella”? El joven no dio más respuestas pues, parecía tan atemorizado, o más, de lo que estaban ellos.