19.2.24

Hijas del dolor, madres de la locura

 El sepulcral silencio nocturno es interrumpido por las campanas de la iglesia cercana las cuales repican anunciando un nuevo día haciendo que unos ojos tan negros como el abismo se abran de improviso para observar un techo descuidado y viejo, por un segundo su mente intenta recordar donde esta cuando un intenso dolor de cabeza y los restos de botellas y tabaco le devuelven la memoria que creía perdida esgrimiendo una sonrisa adormilada mientras tomaba el aire mohoso de la habitación observando un pajarito que se sentaba en el marco de la ventana observándola con curiosidad haciendo que ella extienda la mano intentando acariciar el ave de lejos.


Estamos solas, necesitamos cariño” Resuena una voz en la cabeza de la mujer.




Las acciones de esa mujer parecían un ritual que podría tardar una eternidad pero un golpe seco seguido por dos más suaves resonaron en la puerta de su habitación regresándola a la realidad y espantando al pequeño pajarillo.

- ¡Ya levántate caramba! – exclamo una voz femenina del otro lado de la puerta.

- Hermanita, ¡Te quiero! – balbuceaba la mujer estirando los brazos a la puerta.

- Si, lo que sea, ya muévete – respondía con voz más calmada.

- Ya estoy despierta hermanita, hoy será un día increíble, ¡Cinco veinte, cinco veinte! – exclamaba la mujer dando pequeños saltitos hasta la puerta como un muñeco de resorte.


¿Por qué nos trajo aquí? Se nota que no nos quieren


Los pies descalzos resonaron sobre el viejo piso de madera hasta que se detuvieron en el dintel de la puerta y la abrió con gran emoción para proceder a brindarle un gran abrazo a la persona que la esperaba del otro lado.

- Te extrañe hermanita, siempre te vas cuando me duermo, no me dejes sola, no me gusta dormir sola – susurraba ella.

- Ya Catalina, me harás tirar el trago – respondió la mujer con voz aguardentosa mientras la empujaba suavemente.

Uno rostro marcado con profundas ojeras observaron a Catalina, parecía una niña en el cuerpo de una adulta.

- Suficiente cariño, ahora vístete que debes hacerte cargo de mamá – mascullo la mujer exhalando un tufo alcohólico de sus pálidos labios – ya no la aguanto.

Antes de que la conversación pudiera continuar la mujer ojerosa se retiró tambaleándose y murmurando palabras inentendibles por el lúgubre pasillo hasta ser envuelta en las sombras.

- ¡Te quiero! – exclamo de improviso la mujer de ojos negros a su hermana.

- Sí, sí, yo también te quiero Cata – susurro la mujer cansada entre las sombras.

- Gracias por cuidarme Magdalena, necesito que me cuiden – balbuceo Catalina como si fuera a llorar.

La mujer se estira observando el cuarto que le fue dado y vuelve a sonreír, hasta hace poco había estado olvidada, rechazada –o por lo menos su mente le decía eso–  y ahora tenía un lugar para ella y su música la cual usaba  para evitar que las voces le empiecen a susurrar nuevamente.

- Es otro increíble día Catalina, no lo arruines – se decía a si misma observando su rostro arrugado en un espejo mohoso.

Ella solo veía una cara perfecta y suave cuando en realidad su rostro marcaba más arrugas que años, observaba un estomago perfecto cuando en realidad lucía un colgajo de piel y la cicatriz de una cuchillada cerca del ombligo la cual no prestaba mucha atención mientras se colocaba la blusa.

- Es hora de ver a mamá, hoy será un día increíble – se aseguraba a ella misma mientras armaba con manos temblorosas un cigarrillo feliz para sobrellevar el día.

El pasillo estaba pobremente iluminado revelando antiguas pinturas de los anteriores habitantes de la enorme casa donde ahora vivían estas tres mujeres pero a través de los ojos negros de Catalina solo veía un lugar lleno de luz y amor. Antes de bajar la fabulosa escalera hasta la habitación de su progenitora se colocó sus audífonos para escuchar música, necesitaba el impulso de estas para enfrentar lo que estaba por venir y con un suspiro que se transfiguro en una sonrisa empezó a descender para llegar donde ella.


Mírala, siempre nos hizo a un lado y ahora nos necesita más que nunca


- Buen día, te quiero – saludaba a su madre quien se encontraba meciéndose en una silla con rostro perdido.

- ¿Quién eres? – susurro la anciana observando la figura encorvada de pie en el dintel de la puerta.

- ¡Dame un abrazo primero! – exclamo como única respuesta caminando hacia la confundida vieja.


Golpes, gritos y arañazos fueron las únicas respuestas que dio la anciana mujer evitando el abrazo de la otra haciendo que la otra mujer bajara con ojos adormilados hacia el cuarto de la anciana separándolas.

- Solo quiero abrazar a mi madre – gritaba Catalina dolida por la separación.

- Sabes muy bien la enfermedad que tiene y siempre haces la misma estupidez, ¿Qué diablos te pasa? – mascullo la otra mujer.

- ¿Quién es esa señora? – inquirió la anciana asustada – creo que está loca.

- No mami, es Catalina, ¿Recuerdas? Mi ñaña que vivía en el asilo, ahora está aquí para ayudarme a cuidarte – le aclaro la mujer tratando de esgrimir una triste sonrisa en su amargado rostro.

- Ah…

La mujer de ojos negros observaba la interacción entre su hermana mayor y su madre con la falsa sonrisa siempre dibujada en su rostro mientras susurraba lo mucho que las quería.

Pasaron varios minutos hasta que la más anciana de las mujeres reconoció a su hija menor extendiendo sus brazos para brindarle un abrazo a lo que Catalina corrió a recibirlo con alegría.

- Ya es suficiente amor aquí, desde mañana contrato una enfermera – susurraba Magdalena observándolas con asco.

- No lo hagas ñaña, mami solo necesita amor y rica comida, yo me encargo de todo ya veras, ¡Cinco veinte, cinco veinte! – exclamaba colocándose incómodamente cerca del rostro de su familiar.

- Déjame pensarlo – refunfuño ella retirándose del lugar con una mueca de fastidio por estar más tiempo del necesario en presencia de Catalina.

La mujer de pronunciadas ojeras sabía que al final no lo haría, amaba más el dinero que su madre le había dejado a cargo que a sus familiares, pero necesitaba desahogarse.

- Pinche loca – susurro Magdalena subiendo las escaleras mientras unos ojos preocupados y vigilantes la seguían hasta perderse en las sombras del segundo piso.

La mujer de estilizada figura se arrodillo frente a su madre quien había vuelto a observar el vacío.

- Te quiero tanto mami – susurraba en voz baja colocando su cabeza en las piernas de la anciana mujer.

Casi por instinto la mano derecha de la mujer fue acariciando el cabello caoba de ella haciendo que su sonrisa se expandiera de manera perturbadora.

- ¿Sabes? Aunque tu padre te acepto yo nunca te quise – murmuro la mujer en un momento de lucidez – no sé porque se me ocurrió traicionarlo con el chofer ni porque él no tuvo problema con recibirte con los brazos abiertos pero el verte me asquea.

A pesar de las fuertes palabras Catalina parecía escudarse en una falsa felicidad que ella misma había construido y se levantó para encender el viejo equipo de sonido y colocar salsa bailando con seres invisibles que solo ella podía percibir.

- ¿Me escuchaste? – exclamo la anciana – te odio y te odie más cuando confesaste que mi hermano te violo, me da asco que tengas que cuidarme junto a tu santa hermana y… y… 

Poco a poco la anciana fue olvidando las palabras y su mente se nublo una vez más preguntando a la muchacha de piel canela quien era y donde estaba.


Mátala


Al percibir esa oscura voz susurrar en sus tímpanos solo atino a subir el volumen de la música y seguir bailando sin prestar atención a nada.

Nadie debería tratarnos así, mucho menos ella


La mujer volvió a subir el volumen hasta que la música se hizo una cacofonía que incluso la anciana, aun con su demencia parecía repeler exigiendo que bajara el volumen.


Debemos buscar quien nos quiera, ya no aceptan nuestros abrazos, ¡quienes no lo acepten deben morir!


La mujer daba vueltas en el mismo lugar con los ojos cerrados y los brazos extendidos esgrimiendo una sonrisa que le lastimaba el rostro como si intentara recordar los instantes felices en esta casa dejándose llevar por la música hasta que de improviso se vio silenciada.

- Ellas me cuidan, es lo único que importa, ellas me cuidan – balbuceaba con los ojos cerrados – y yo las cuido a ellas.


Haciendo una labor titánica la anciana se levantó de donde se encontraba y caminando con lentitud se fue acercando a su hija, aquella quien nunca quiso tener pero su esposo le exigió que lleve el embarazo a término ya fuera como castigo o por miedo inculcando por la religión y cada segundo que el débil cerebro de la mujer percibía la presencia de Catalina era una tortura que debía detener dándole más fuerzas en sus débiles piernas para llegar cerca de ella.

- ¡Dije que bajes el volumen carajo! – exclamo la anciana molesta.


La única respuesta de Catalina fue dirigir sus manos hacia el frágil cuello de la anciana y apretar hasta que se escuchó cuando la tráquea se quebró convirtiendo la delirante sonrisa de ella en una mueca de dolor desconsolado.


- Mami, no te mueras, no te vayas, abrázame, cuídame – balbuceaba ella abrazando el cuerpo sin vida de la mujer.


Hiciste lo que tenías que hacer, ella no nos quería, nunca lo hizo

- No, soy mala, debo dejar de ser débil, debo dejar de ser mala – susurraba tratando de evitar que las voces volvieran a tomar el control.


Solo padre nos entendía, ella nos falló y nuestra hermana también, ella debe pagar, ella rechaza nuestros abrazos, no merece nuestro cariño

Con manos temblorosas empezó a buscar en los gabinetes de la sala y los cajones de la cocina algo que callaran a las voces hasta que se encontró con una botella de whisky la cual tomo pasando su liquido dorado por su garganta con la esperanza que la rabia se detuviera, que las voces se silenciaran, pero eran demasiado fuertes.


Si ellas no nos quieres hay que abrazarlas hasta que dejen de respirar


Los ojos de Catalina se enfocaron en unos cuchillos para carne y casi como si fuera otra persona tomo el más grande y afilado dirigiéndose a la habitación de su hermana.

- ¿Qué pasa Catalina? – balbuceo la hermana mayor al notar una figura femenina en el dintel de la puerta – ¿Mamá está bien?

Ella solo ingreso a la habitación murmurando lo mucho que quería a su hermana mayor mientras se abalanzaba hacia ella e introducía el cuchillo una y otra vez en su carne para luego abrazarla quedándose dormida sobre el cadáver.

Al fin hay amor en esta casa, pero el silencio duele, necesitamos música

Casi como un zombie Catalina se levantó de la cama dándole un suave beso al pálido cadáver de su hermana mayor mientras encendía radios, computadoras y tablets que se cruzaban por su camino haciendo que la casona se llenara de una cacofonía musical hasta detenerse, cuchillo aun en mano, frente a la puerta de salida.

Necesitamos dar más amor, abrazar a la gente, necesitan de nosotros

El rostro perdido de la muchacha se transfiguro en una sonrisa macabra mientras abría la puerta y con cuchillo en mano, se acercó a un niño el cual paseaba a un pequeño perro.

- Hola niño de poder, ¿Quisieras cuidarme? Dame un abrazo y seamos familia.


La única respuesta fueron gritos que precedieron a la sangre y la muerte.





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