Ya se estrenó el Superman de James Gunn. Y sorpresa: un alienígena con capa, criado por granjeros, resulta más humano, empático y coherente que muchos presidentes, empresarios y multimillonarios reales que dicen que “quieren cambiar el mundo”. Sí, claro. Como no.
Clark Kent no fundó una red social tóxica, ni lanzó cohetes mientras despedía empleados por Zoom. Tampoco se tomó selfies firmando decretos. No, el tipo salva gente. Así, sin hashtags ni cámaras. Porque puede. Porque quiere. Porque le enseñaron a hacer el bien, no a sacarle provecho al sufrimiento ajeno.
Mientras tanto, aquí abajo, tenemos una jauría de Lex Luthors disfrazados de líderes: un par andan jugando a ver quién llega primero a Marte mientras evaden impuestos en la Tierra. Otro cree que libertad es sinónimo de especulación financiera. Y por estos lares hay políticos que confunden gobernar con dar entrevistas y posar con camiseta apretada.
El Superman de Gunn no sólo es fuerte. Es decente. Sacrifica su bienestar por los demás, incluso por una humanidad que lo mira con sospecha. No se deja tentar por el poder, ni por el capital, ni por la idea de convertirse en ídolo. Es, en todo sentido, lo opuesto a quienes hoy manejan países o plataformas tecnológicas con una mezcla de cinismo, ego y frases mal traducidas del inglés.
Y sí, ya sé: "pero Superman no existe". Ya, bueno. ¿Y qué? El punto es que nos sigue enseñando que ser bueno no es anticuado, que la compasión no es debilidad, y que hay gente de verdad allá afuera —en hospitales, en escuelas, en barrios olvidados— que también ayuda sin buscar aplausos. Que no tienen capa, pero sí corazón.
Tal vez no necesitamos más líderes. Tal vez necesitamos más Supermanes. O al menos menos Lex Luthors con cuentas verificadas.
Y por favor… alguien que le diga a Elon que deje de jugar al Tony Stark en descuento. Ya da pena.
Y tú, ¿Conoces a algún Superman en tu vida diaria?