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Había derramado algunas gotas de sangre en la opulenta oficina del Conde, no me di cuenta que la daga me había cortado.
- Bien hecho, “pelado”, bien hecho – dijo Jorge sonriendo
- ¿Ya puedes soltarlo?
- Claro que podemos – dijo uno de los chicos mientras lanzaba a Andrés a mis pies.
- ¿Y la flauta? – pregunté mientras ayudaba a levantarlo
- Toma tu porquería, esta cosa vale más que esa porquería de madera – dijo Jorge mientras se alejaba de nosotros
- Ten calma Andrés, ya todo pasó – le dije mientras trataba de calmarlo, estaba nervioso y asustado, pero se inquietó más cuando vio la herida en mi mano, la verdad no noté la herida hasta que Andrés se preocupó por ella.
Pensé que con lo que había hecho todo pasaría, la verdad no pensé que por ese acto el espiral de amargura y locura solo aumentaría hasta explotar.
- ¿De qué habla? – preguntó Jackie.
- Al día siguiente del suceso de la daga y la flauta se lo conté todo a Josselyn...
- ¿Cómo pudo suceder eso? – me preguntó en susurros Josselyn mientras me arrinconaba contra una oscura esquina del orfanato – arriesgué mi vida robando una de las copias de las llaves de la puerta trasera y te confié a la única persona que me interesa en este lugar infernal, el único que evita que me largue de aquí y ¡te sucede esto!
No supe qué decir, me sentía incomodo y más asustado aun que cuando recién llegué a este lugar, ella era la única persona que me había tratado bien y sentía que la había traicionado de una forma tan terrible que las palabras no eran suficiente para explicarle lo arrepentido que estaba de no haber podido con la única cosa que ella me había pedido desde que la conocía.
- No puedo empezar a disculparme – le dije desviando mi mirada de su rostro molesto.
- No, no puedes, ¿cómo puedo confiar en ti después de esto?
- No sé si podrás, solo puedo decir que lo siento y que trataré de que no vuelva a pasar.
Ella me miró entre la oscuridad y la luz de la luna que se filtraba en cada esquina del patio interior, su respiración pesada demostraba que su furia no era contra mí sino contra toda la situación y su impotencia para no poder evitarlo. Cerró los ojos, lanzó un suspiro y sonrió.
- Hiciste lo que pudiste, no puedo decir que no estoy algo enojada contigo, pero siquiera trataste de ayudarlo.
- Si, traté – susurré.
- Así que ahora iremos a la cama antes de que algunos de los “carceleros” nos atrape fuera de nuestros dormitorios.
- ¿Quiere decir que me perdonas?
- Sshhh, quiere decir que iremos a dormir, lo del perdón, está en revisión.
- De acuerdo – le sonreí.
- Trata de ir en silencio, he escuchado que el Conde hará algún anuncio en la mañana, no quisiera escuchar que parte del anuncio sea tu castigo por estar fuera a estas horas.
- No te preocupes, no será así, buenas noches.
- Buenas noches.
El día siguiente amaneció nublado y frío, sin embargo, el sol pegaba fuertemente filtrándose entre las nubes; escuchaba a los que nos cuidaban comentarios de una especie de revuelta hacia el presidente y de ciertas torturas que realizaban los carabineros, sin embargo eso para mí no era lo importante en ese momento, un asunto mucho más urgente hacía que mi respiración se hiciera tan pesada; era el anuncio que el Conde tenía que hacer después de que todos desayunáramos.
Tenía miedo que hubiera descubierto lo que hice, tenía miedo del posible castigo que eso conllevaría.
- ¿Qué pasa, viejo? – me preguntó uno de los niños.
- Nada – le respondí, me sentí igual de perdido como cuando recién llegue al lugar, todo parecía tan irreal, como un mal sueño del que esperaba pronto despertar.
- No tienes cara que no te pasa nada, ¿estás seguro que está todo bien?
- Si estoy seguro, déjame comer.
- Bueno, solo preguntaba.
Al salir al patio interior del orfanato el Conde ya había dispuesto una tarima y una especie de podio en el que iba a hablarnos a todos, las sillas estaban ya colocadas y la mayoría de las niñas se encontraban sentadas en silencio esperándonos para que el Conde empezara a hablar. Me sentía como un condenado a muerte esperando ser llevado a su ejecución, sudaba a mares a pesar el clima inusualmente frío y mi corazón latía tan fuerte que prácticamente era lo único que podía escuchar.
- Niños y niñas – exclamó el Conde con una gran sonrisa en su pálido rostro – tengo alentadoras noticias para muchos de ustedes, como sabrán este es tan solo un lugar temporal y muchos de ustedes tienen, más temprano que tarde, la suerte de ir a un verdadero hogar, este es un lugar en donde descansaran para luego ser recompensados con una nueva familia y hoy, gracias a una benevolente comunidad en Europa ese sueño para muchos de ustedes, sin importar su edad y estado de salud será recompensado.
Todos los niños se miraron mutuamente algunos esbozando grandes sonrisas, otros con cara de preocupación en ellos.
- A continuación anunciaré los nombres de los que tendrán la suerte de tener una nueva familia y vendrán conmigo para hacer el papeleo correspondiente. Mañana, si es posible doce de ustedes irán a Europa con una nueva familia que los cuidará y brindará amor.
Unos lacónicos aplausos de algunos pequeños entusiasmados cerraron el anuncio del Conde, mientras su ayudante se levantaba y empezaba a nombrar a los niños que se irían como llamándolos al patíbulo de la muerte. No podía evitar sentir que si escuchaba mi nombre moriría al instante, dejar la tierra en que nací por ir donde completos extraños no era algo que me alegrara a mí y al parecer yo no era el único.
- A continuación los niños que se irán: Daniel, Petronio, María, Martha, Antonio, Iván, Víctor, Andrés, Sara, Miriam, Josué, Oscar. Los nombrados pasen a la oficina para más información.
Suspiré aliviado al darme cuenta que yo no estaba en la lista. Luego, al repasarla noté un nombre que sobresalió entre los demás: Andrés.
Por un momento dudé que fuera él, después de todo, existían como tres chicos llamados Andrés y todos carecían de apellidos aunque no dudaban en inventarse uno para sentirse parte de una familia que hacía tiempo los había dejado.
Moví mi cabeza buscando a mi amigo y solo vi a Josselyn con su rostro encogido por el terror mientras agarraba con ambas manos la flauta de Andrés, sus ojos parecían a punto de derramar gruesas lágrimas; en ese momento me di cuenta que era él quien estaba en la lista.
Mi corazón se detuvo, me sentía a morir quería caerme al piso y llorar pero no podía darme ese lujo, no delante de ella.
Me levanté aun con las piernas temblando de la conmoción y me acerqué poco a poco a donde ella se encontraba, observé sus grandes ojos cafés y la abracé tan fuerte como pude, mientras ella lloraba en mi hombro.
- Tranquila, no llores – le dije tratando de calmarla.
- ¿Qué quieres, que me ría? – me preguntó observándome con sus ojos llorosos indignada por lo que había dicho – una de las personas más importantes de mi vida, parte de mi familia se ha ido, ¿y quieres que no llore?
Yo no sabía qué hacer, nunca la había visto tan devastada; ella era, desde que ingresé al orfanato, la que me había dado fuerzas para no enloquecer en aquel lugar y ahora ella era la que se desmoronaba en mis brazos.
- Iremos por él – le susurré, mientras el resto de niños y personal del orfanato se dispersaba – escaparemos de aquí y estaremos juntos, nos llevaremos a Carolina también.
- No, no sé, tengo miedo, no sé qué hacer – balbuceó.
- Yo también, pero es mejor hacerlo ahora, si esperamos más te podrían separar de mí, eso no lo permitiré.
Ella sonrió y me dio un cálido beso en la mejilla. No pude evitar sonrojarme por su acción.