Por: Janak Jalilman
Desde el río hasta el mar
la sangre se arrastra como río negro,
mezclada con las cenizas de los que nunca
volverán a pronunciar su nombre.
Los huesos crujen bajo las botas,
los muros se pintan con la grasa ardiente
de cuerpos arrancados de la tierra,
y aún así, nadie escucha.
El sol ya no amanece:
solo incendia la carne,
abre los ojos de los muertos,
y los convierte en faros de odio y memoria.
Desde el río hasta el mar
las madres recogen trozos de hijos,
los esconden en pañuelos ensangrentados
para que no los devoren los perros del silencio.