16.7.11

Precuela: El Septimo Vertice (Archivo 4)

Luego de unos días, el mismo joven que les llevaba alimentos empezó a llevarse a uno de los médicos y laboratoristas cada semana; nunca más volvían a verles.

En un principio se creyó que tal vez los estaban liberando, y hasta empezaron a ofrecerse para salir de esa mazmorra donde estaban, pero luego supieron que no era así cuando, ya quedando menos de ocho personas el joven que los guardaba reveló algo que los dejó sin habla: las personas que se iban servían de alimento para los señores de “arriba.”

Al principio no entendieron lo que les quiso decir, pero como siempre, él no reveló más información. Pensaron de pronto los compañeros científicos, que la decadencia mundial había llegado a extremos insospechados; más el estupor del principio mudó rápidamente a confusión, al recordar que esa misma tarde, todos ellos habían almorzado vegetales. Aun entendieron menos las palabras del joven y extraño guardián.

Pronto; ya solo quedaron ellos tres, los expertos más renombrados del mundo, los científicos jóvenes más laureados; los mejores en sus ramas. Los creadores de tanta desgracia.

Fue la Dra. De Souza quien en algún momento de desolación dijo que hubiera preferido morir de hambre en su favela, que haber aceptado ese patrocinio de estudios. Su sueño siempre fue ayudar a la humanidad, ahora había colaborado a destruirla.

Los tres amigos se abrazaron compartiendo el mismo sentimiento de desgracia y desasosiego; las confesiones llegaron entre lágrimas; el Dr. Brennan recordó su joven esposa y sus pequeños hijos, quienes quizás ya no existirían y por quienes había aceptado esta oportunidad; para crearles un futuro mejor. La Dra. Rossenbaum recordó que había dejado sola a su madre en Israel para cumplir con sus sueños y, haber sido contratada por Excelión había sido como la culminación de todas sus metas.

¡Qué equivocados estaban! No dejaban de repetirse a sí mismos dentro de sus conciencias que, tal vez, sus propias manos habían desarrollado la bomba o el misil que destruyó la casa donde dormían sus seres queridos.

Así los encontraron el Dr. Gilliam y dos extraños sujetos que traían en lo que parecía ser una cámara de hibernación, a un precioso joven de delicadas facciones.

Cuando abrieron la cámara de hibernación y todo el vapor helado se disipó, hasta Cobalt Brennan se quedó extasiado con la belleza del hombre que descansaba dentro de esta criogenia. Tenía la piel blanca como un lirio y de una tersura extraordinaria. Los cabellos eran muy negros, brillaban como si fueran de satén y así mismo eran de suaves al tacto, sus labios de perfectas comisuras eran como dos gotas de sangre sobre el algodón; su cuerpo era de buena estatura y de dimensiones perfectas, al igual que sus manos de dedos largos y delicados. Lo único que se podía considerar como un desperfecto es esa criatura, era una marca, sin duda un tatuaje; con la forma de un árbol que nacía en la base de su nariz de escultura y levantaba sus ramas hasta poblar casi toda su amplia frente; sin embargo, hasta este extraño dibujo le daba al rostro una expresión de serenidad y rara belleza.

Quien notó la extrañeza del tatuaje, sin dejar de maravillarse del sujeto, fue Cira Rossenbaum. En algún lugar había visto ese dibujo, ese árbol le recordaba algo. Algo que ella, sin saber porqué, conectaba con las costumbres de su raza y la religión de sus padres, pero no lograba definir qué.

Mientras ellos se nutrían el alma con la visión casi angélica de este hombre, el Dr. Gilliam no paraba de hablar sobre la suerte de haberlo encontrado, que parecía mentira hasta donde habían tenido que llegar para poderlo hallar. De si la determinación de la Sra. Khalú era impresionante y que debían de inmediato ponerse manos a la obra.

Ellos no entendían de qué hablaba este científico, que por momentos se les antojaba loco de atar, no sabían qué era lo que tenían que hacer con ese joven de sin par belleza que tenían ante ellos. Fue cuando Gilliam les ordenó que tomaran sus signos vitales y llevaran anotaciones de cada reacción que se observara, que de pronto entendieron que habían traído a este hombre para ser examinado, quizás estudiado. Pero ¿Por qué?

Estaba vivo, no cabía duda: a pesar de estar metido dentro de esa cámara helada y de su palidez casi mortuoria el muchacho continuaba con vida. Gilliam le ordenó a Agatha de Souza que trajera uno de esos “infames aparatitos de nano exploración” que tenía para comenzar un reconocimiento del sujeto.

De inmediato la Dra. De Souza obedeció la orden y se colocó los guantes y los visores para empezar una exploración interna del joven que dormía plácidamente, como si le hubieran suministrado un poderoso somnífero. Al introducir la sonda por la boca, lo primero que pudo notar es que, la dentadura del sujeto poseía un par de largos y gruesos colmillos que la asombraron.

Cira Rossenbaum que quedó estupefacta al verlos, murmuró una palabra en su bello idioma, una palabra que nadie más escuchó; excepto Gilliam: “vampirye.”




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