Por: José de La Cuadra jr.
El amor y la ambición llevan a ciertas personas a caminar senderos inimaginables. Caminos sin retorno por el que transitan de la mano de sus peores sentimientos…
Todo se conoció a las 6:40 de la mañana del miércoles 25 de septiembre de 2018. Esa ‘fiesta de sangre’ había sido planeada hacía poco más de un año. Ese día sería el punto final, ‘la celebración’…
El desgarrador grito de una mujer hizo añicos la paz del sector Saltillo, un exclusivo lugar en el que se encuentran las urbanizaciones más ‘peluconas’ de esa ciudad de 2 millones 291 mil personas enclavada en la desembocadura del más bravío río del pacífico suramericano, Guayaquil. El alarido se esparció, adolorido, desde esa casa a varios metros a la redonda.
Los vecinos del sector salieron confundidos, muchos aún sin coordinar un pie con otro, sin saber de dónde provenía el lastimero llanto femenino que interrumpió la tranquilidad de la mañana de aquel día que quedará por siempre marcado para todos de la colonia conocida como ‘La Colina’, lugar en el que sus entrañas queda aún la vivienda.
Uno de los vecinos temeroso de lo que había ocurrido llamó al guardia del conjunto privado y, este a su vez, a la policía. Mientras llegaban, los gritos continuaron como si se tratara de una sirena ambulante. Uno de los encargados de seguridad se armó de valor e ingresó a la casa No 6, de la calle 66. Cuando la tuvo frente a frente la reconoció: era la señorita Patricia, la hija de doña Mariela y hermana de Carmita, una familia de bien que moraba en esa casa desde hacía una década.
Cuando entró vio todo desordenado. Subió al segundo piso y vio a Patricia frente a frente. Estaba en una silla, sentada y atada de pies y manos. El pánico le transformaba la cara angelical de costumbre por un rictus de terror... Aunque creyó que todo era cierto, por allá muy lejanamente le surgió la inexplicada duda de que si todo era así como se veía…
Continuara...