Por: David ZeroXAxl
Un espectro no es un fantasma que te asusta en la noche ni una aparición etérea que te susurra secretos prohibidos. Es un rango electromagnético de energía, una franja de frecuencias dentro de un continuo más amplio. En psicología, y a veces en ciencias sociales, también se habla de espectros, aunque de una forma algo más ambigua e interpretativa. Así es como, desde la psicología, se habla del "espectro del autismo" y de la obsesión por dividirlo todo en categorías infinitas. Curiosamente, aunque la psicología y las ciencias exactas no se miran con demasiado cariño, eso no impide que la primera tome prestados conceptos de la segunda, los estire un poco y los use a su conveniencia.
El espectro del autismo surgió como una forma de describir la diversidad dentro de la condición, reemplazando la idea de un diagnóstico rígido con un modelo más flexible. Pero con el tiempo, el término se convirtió en una especie de contenedor para cualquier rasgo fuera de la norma, y de ahí pasó a ser una metáfora aplicable a casi cualquier fenómeno humano. De repente, todo era un espectro. Un espectro cognitivo, un espectro emocional, un espectro social. Y como la metáfora vendía bien, los colores se multiplicaron: del azul frío y clínico pasamos a una explosión arcoíris de identidad y pertenencia.
Así que un día me levanté y pensé: no es justo que solo los raros tengamos lindos colores y brillantes lucecitas. ¿No deberían los neurotípicos tener su propio espectro para ser representados? Después de todo, si los neurodivergentes tenemos el privilegio de un arcoíris conceptual, lo justo sería asignarles a ellos su propia franja dentro del espectro electromagnético.
Pensé en darles una parcela en el rango del ultravioleta, porque tiene ese aire exclusivo, inalcanzable a simple vista, casi místico. Pero la luz de tan alta frecuencia es cancerígena, y pobrecitos, no es algo con lo que deban lidiar. También consideré el infrarrojo, que es cálido y envolvente, pero tiene una vibra poco glamorosa, demasiado industrial. Al final, comprendí que los neurotípicos no están preparados para salirse de la luz visible.
Entonces, llegué a una revelación: el color definitivo no es azul, ni multicolor, ni ultravioleta. El color de la verdadera inclusión es el gris.
El gris no solo define la experiencia autista, sino la vida adulta de los autistas. No porque sea triste o apagado, sino porque es el tono que queda cuando rascas la pintura brillante de las campañas de concienciación. Detrás del "Día Mundial del Autismo" y de los discursos de aceptación, sigue habiendo desempleo, falta de apoyo y diagnósticos tardíos. Porque la realidad de los autistas adultos no cabe en eslóganes motivacionales ni en hashtags de redes sociales.
Pero no nos engañemos: el gris también define la vida adulta de los neurotípicos. No porque enfrenten las mismas barreras que los autistas, sino porque el sistema no es amable con nadie que no esté en la cúspide de la pirámide. Trabajos inestables, relaciones precarias, expectativas sociales inalcanzables. Para ellos, el gris no es una cuestión de identidad, sino la rutina que los consume sin que se den cuenta. El gris del "haz networking si quieres oportunidades", del "nadie quiere trabajar", del "el éxito es cuestión de actitud". El gris de la deuda universitaria, de los contratos temporales eternos, de la jubilación que se aleja cada vez más.
Es el color del avance político, donde las promesas de justicia y cambio quedan atrapadas en un limbo burocrático sin responsables. Es el color de los comunicados tibios, de los "estamos trabajando en ello", de los discursos que empiezan con "reconocemos la importancia de" y terminan sin comprometerse a nada.
Es el color del mercado laboral, donde "trabajo flexible" es solo un eufemismo para precariedad, y donde la estabilidad laboral es tan retro como los teléfonos con botones. Es el color de los contratos que nunca llegan a ser indefinidos, de los correos de "gracias por tu interés en nuestra empresa" y de los "podemos ofrecerte experiencia, pero no sueldo".
Es el color de la salud mental, porque la dicotomía entre "estar bien" y "estar mal" ya no aplica. Ahora flotamos en una niebla de ansiedad funcional, de agotamiento normalizado, de "ten cuidado con el burnout, pero por favor sigue rindiendo al 100%". Es el color de las listas de espera para terapia, del "¿has probado con mindfulness?" y del "no te quejes, hay gente peor".
Por eso, en esta era de ambigüedad institucional, de inestabilidad laboral y de agotamiento emocional, el gris se erige como el verdadero color de nuestro tiempo. No por su elegancia, sino porque es lo único que nos queda.
PD: El espectro gris puede no ser tan acogedor, pero es el único que abarca tanto a la neurodiversidad como a los neurotípicos. Un verdadero "espectro inclusivo", donde todos compartimos la misma incertidumbre, la misma fatiga y la misma falta de respuestas claras.
Porque al final, todos estamos jodidos, solo que unos un poco más que otros.
Al fin, un espectro que nos abriga a todos.