16.7.25

Aquí sentado, preocupado.

Me encuentro sentado en el parque Centenario escuchando a los viejos y transexual es conversar mientras los predicadores gritan y no puedo evitar preocuparme por mi país, Ecuador (sí, ese que muchos fingen que avanza hacia el futuro). No puedo evitar preguntarme, cómo llegamos a esto… otra vez. Pensé que el 2025 sería diferente. No más apagones, no más faltas de medicina, empleos y alza en la criminalidad. Algo de estabilidad, quizás un poco de justicia. Pero no. Aquí estamos (otra vez) con el alma en modo espera.




Daniel Noboa, el presidente qué decía ser la mejor opción, no lo fue. Sonríe en redes, aparece en TikTok, emite decretos como quien lanza confeti al abismo (y todos aplauden, o al menos los que lo apoyan sin importar nada, aunque el país se deshace entre cifras y shows). Mientras tanto, los que votaron por ellos siguen defendiendo su voto con la misma intensidad con la que se niegan a ver la realidad. Porque aceptar que se equivocaron sería, en este país de orgullo maltratado, más doloroso que vivir sin luz, sin sueldo o sin esperanza.



(Y sin embargo, la esperanza todavía tiene nombre para algunos: una camiseta roja, una cruz azul, una palabra como "cambio" vacía, brillante y hueca, como una bolsa de supermercado flotando sobre un basural).


Según datos oficiales (sí, oficiales), más de 7 millones de personas en Ecuador viven con ingresos por debajo de la línea de pobreza. La educación pública está en ruinas, con más de 3.000 escuelas cerradas en los últimos años y otras funcionando sin agua potable, sin pupitres, sin maestros capacitados. La cultura —esa palabra que parece un lujo en tiempos de crisis— apenas respira: menos del 0.3% del presupuesto nacional se destina a proyectos culturales, y solo si tienes el apellido correcto, o el contacto correcto, podrás aspirar a una migaja.


(A muchos artistas les toca elegir entre comprar una brocha o un plato de arroz… y a veces no hay ni arroz ni brocha).


Y mientras tanto, en Guayaquil (mi ciudad) el ruido de las motos y los disparos reemplazó al de los pájaros, y el miedo se volvió parte del uniforme diario. Salir a trabajar o a estudiar es una ruleta rusa. Ya no sabemos si regresar es garantía. Nos hablan de "seguridad" pero vivimos entre rejas, alarmas y simulacros de Estado.


Lo irónico es que Ecuador, tan pequeño como herido, parece condenado a repetir su propia historia como una canción rayada. Cuando no es el líder de izquierda que desea controlarlo todo sin admitir que se equivoca, es el banquero que quería salvarnos del infierno con Excel, o el heredero que juega al "líder moderno" mientras su país se prende fuego por los bordes. Cambian los nombres, no las tragedias.


(Yo escribo esto desde mi rincón, con más tristeza que rabia, porque sé que la rabia se gasta y la tristeza, en cambio, se queda).


Sé que quizás nadie lo lea. Sé que el algoritmo prefiere otra cosa: bailes, peleas, sarcasmos de 15 segundos. Pero aquí lo dejo. Como se deja una botella al mar. Por si alguien más, en algún rincón de esta tierra o de este Internet, también está sentado, preocupado, preguntándose si todavía vale la pena amar a este país sin que te rompa el alma en el intento.




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