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El viento se hacía más fuerte, cada vez más cálido mientras caminaba con paso firme buscando a Josselyn y a Andrés.
Luego de un caminar que me pareció interminable, una fuerte luz apareció a pocos metros de mí, aquella luz me llenó de una curiosa esperanza y corrí hacia ella, decidido a enfrentar lo que fuera. Nunca esperé encontrar lo que iba a ver al ingresar a la luz.
El Conde colgaba de una larga cadena, estaba escuálido, parecía un esqueleto con ropa y piel murmurando palabras inentendibles mientras se perdía en su pasado sin darse cuenta de lo que le sucedía a su alrededor; los demás huérfanos, algunos de ellos prácticamente desnudos, permanecían clavados o encadenados a las paredes formando un círculo alrededor del ayudante mientras Josselyn, Andrés y otra chica a la que no distinguía en ese momento permanecían de rodillas frente a este. Parecían esperar algo o a alguien.
El ser que decía llamarse Zulkuk estaba de pie observando complacido lo que sucedía a su alrededor, caminando de un lado a otro en completa desnudez. Su cuerpo perfecto solo tenía una imperfección: un extraño lunar en forma de pájaro en el muslo derecho, que me llamó la atención, como hipnotizándome. Por momentos parecía batir sus alas llamándome. No estoy seguro si salí de mi escondite o fui descubierto, solo sé que su voz resonó de repente en toda la cueva:
- Al fin llegaste, por un momento pensé que no lo harías – murmuró este dándose la vuelta hacia mí mientras esbozaba una aterradora sonrisa.
- ¿Qué?
- Si, tú, eres parte importante de la ceremonia – me dijo acercándose hacia mí con pasos tan grandes y ligeros que parecía por momentos volar.
- No, yo no – susurré sorprendido.
- Si, tu si – me respondió acercándose tanto que pude sentir su desagradable aliento sobre mi rostro.
Aquel ser me haló hacia el centro de aquella cueva, la cual parecía contener luz propia y me obligó a arrodillarme junto a los otros. Allí me fijé que la otra chica era Carolina, todos parecían estar inconscientes, pero atentos a lo que les sucedía a su alrededor.
- Grita cuanto quieras, pero ahora que lo tengo, mi poder es eterno; pronto mis hermanos resurgirán de las tinieblas y volveremos a gobernar como lo hicimos hace eones – exclamó este extendiendo un pequeño medallón color azul.
- ¡No lo harás, no te dejaré! – le refuté.
- ¿Tú?, ¿Qué puedes hacer tú?, un mortal, un niño mortal contra mí, quien ha caminado por el universo mucho antes que cualquier ser existiese.
- Tal vez no mucho, pero lo haré por mínimo que sea lucharé hasta mi último aliento – le dije mientras me levantaba decidido a luchar.
- Muy encomiable, otros mortales trataron de luchar, trataron de encerrarnos en la oscuridad pero no pueden evitarnos, solo quizás retrasarnos, pocos segundos para nosotros, siglos para ustedes y ahora que tengo esto – dijo extendiendo el medallón azul – toda resistencia es inútil.
Luego de decir eso, arrancó la cadena de la que estaba sujeto el medallón y se lo colocó sobre el pecho; el medallón fue cambiando, de su forma dura y fría a una fusión con aquella pálida piel, el cuerpo delgado se fue convulsionando, cuarteándose mientras lanzaba carcajadas.
Me desesperé. Aquella escena no fue una de las mejores que haya visto, aun hoy se me hace difícil describirla con exactitud. Sacudí a los tres que permanecían arrodillados en el l piso con la esperanza de que despertaran, de que reaccionaran y me ayudaran.
Solo Josselyn y Carolina reaccionaron, sacudieron sus cabezas sorprendidas mientras trataban de entender lo que sucedía a su alrededor. No tuve tiempo de explicarles, solo las halé para que huyeran lejos.
- ¿Y Andrés? – preguntó Josselyn mientras la cueva se estremecía.
- No te preocupes por él, yo lo sacaré, Uds. huyan de aquí, ¡rápido!
No tuve que repetirlo, ambas huyeron por la única salida, mientras que del cuerpo del Conde surgía un oscuro agujero y grandes tentáculos emergían de este.
- Vengan hermanos, emerjan de la oscuridad y reinen de nuevo en este plano que los ha olvidado, ¡Emerge EMOk, Sariel, Dardiel, Azulock, vengan y sacien su hambre y su sed! – exclamó el ser el cual había dejado de sufrir y cambiar y ahora todos sus ojos me observaban complacido.
- ¡Oh por Dios! – susurré
- Tu Dios no existe niño, falta poco para que resurjamos y tú nos has dado tres de las cuatro cosas que necesitábamos para ello.
- ¿Yo?
- Si, dos vírgenes amantes – dijo mientras observaba la entrada donde habían escapado Carolina y Josselyn – Un descendiente de nuestro carcelero original – señalando a Andrés aun en trance – y el cuarto objeto eres tú, tu corazón que une todo y separa lo inseparable, ya nada falta todo está listo.
Mi cuerpo tembló al entenderlo pero en ese momento no tuve tiempo para llorar o temer, solo para reaccionar, la daga que le había entregado a Jorge estaba ahora en mi poder y con una furia que sorprendió incluso a la criatura me abalancé arrancándole el medallón que ahora formaba parte de su piel azulada.
Todos los huérfanos gritaron al unísono como bestias muriendo y el agujero que había surgido del Conde se cerró de improviso, no sin antes soltar a un par de seres pequeños, casi como niños que sostuvieron a la criatura que había herido.
- Tú – siseó – devuélvemelo.
- ¡No!
- ¡Hazlo!
- Nunca – exclamé y emprendí la huida con la esperanza que ese ser y los que habían surgido de aquel lugar solo posaran sus ojos en mí y se olvidaran de Andrés.
Tuve razón.
Fueron grandes sombras persiguiéndome en los interminables corredores de tierra mientras mi respiración se hacía pesada y mi corazón rogaba porque su ira se enfocara en mí y no en mis amigos.
- ¡Ven acá!, miserable rata, no podrás escaparte, sin importar lo que corras ni lo que ruegues – rugió una voz que inundó cada rincón de aquellos corredores de tierra y piedra.
- ¡Por Dios!, por Dios, necesito correr, huir – gemí estrujando con mis dos manos aquel medallón que se había vuelto duro como un hueso, entre suave y duro al mismo tiempo.
Una voz en mi interior me guiaba, una luz brillaba a lo lejos indicándome que la salvación estaba cerca y corrí sin mirar atrás hacia aquella pequeña esperanza, olvidándome de mis amigos, esperando salir con vida.
Hubiera rogado no haber salido de aquel lugar. Hubiera preferido haber quedado en aquella oscuridad, para siempre.
En ese momento el anciano detuvo su relato, se le notaba incomodo, estresado, su mirada se desviaba para muchos lugares, como si sus recuerdos fueran una cascada de imágenes difíciles de alinear, sus manos temblaban y secaban su sudor nervioso evitando mirar a Jackie, incomodo de continuar con su relato.
La joven se dio cuenta de lo que le sucedía a Manuel y en lugar de decir cualquier cosa que pudiera incomodar al anciano optó por deslizar su mano a la del viejo y sonreírle suavemente mientras lo observaba en silencio.
Sin una sola palabra Jackie lo calmó de aquella pesadilla que se desbordaba en el interior de aquel anciano.
- Puede detenerse ahora, el pasado ya no me importa tanto, no ahora si lo que hace es lastimarlo, podemos detenernos si lo desea.
El anciano retiró su temblorosa mano de su rostro, observándola sorprendido por sus palabras y sonrió de pronto.
- Está bien mi niña, estoy mejor, continuemos – dijo el viejo fotógrafo.
Al llegar a la luz todo a mí alrededor estaba en llamas, las primeras luces del amanecer se descubrían y gritos de rebelión silbaban por el aire. Era un infierno en la tierra, todo parecía más irreal aun que aquella pesadilla bajo tierra y por un momento me olvidé de ella.
- ¿Qué diablos sucede? – me pregunté a mí mismo observando mi alrededor.
Nadie me respondía mientras las llamas y el humo rodeaban el edificio y extraños tentáculos aprisionaban mis piernas tratando de agarrarme y succionarme al interior de la cueva. Poco faltó para caer de nuevo en aquella oscuridad.
Corrí.
Me deslicé por las calles llenas de fuego y furia, tan rápido como pude esperando perder a aquellos seres tan aterradores entre el caos en el que se habían convertido aquellas calles.
Al detenerme en una calle entre los gritos de los estudiantes y la furia de los carabineros, pensé estar a salvo de aquel monstruo de pesadilla. Pero me equivoqué.
- ¿Vas a alguna parte, niño? – me preguntó una aterradora voz a mis espaldas.
- No puede ser, es imposible – gemí al sentir su aterradora presencia a mis espaldas.
- Nada es imposible para mí – susurró.
Al darme la vuelta observé, no a la figura aterradora que había emergido de la oscura cueva sino al joven y pálido ayudante del Conde, sonriente, calmado, listo para tomarme y llevarme de regreso a la oscuridad de la que me había escabullido minutos antes.
Mi primer impulso fue enfrentarlo, pero en el caos que estaba todo a mi alrededor y la desesperación de mi corazón y mi mente me pareció absurdo intentarlo; así que opté por correr, con la esperanza de que tal vez, solo tal vez lograra huir de su estremecedora presencia.
Salte, corrí, grité y me deslicé por los mares de gente y las barreras de fuego y humo, mientras su medallón era apretando por mis manos tan fuertemente que parecía fusionarse con mi piel; todo se vuelve en cámara lenta ahora.
Gritos de protestas, insultos, carabineros disparando contra inocentes, yo huyendo de aquel ser, y una bala que pasó rozando apenas mi sien, se fue a estrellar contra su pecho.
No dijo una palabra, solo se llevó las manos al pecho y cayó en silencio entre la multitud de muertos y heridos. Entre el grupo de inocentes, un culpable yacía en la calle.
En ese instante, las figuras espectrales aparecieron al pie del ser observándolo a él y después a mí, nada dijeron, solo desaparecieron, al no hallar propósito a su estadía en este mundo por el momento.
El medallón empezó a quemar mi piel como si se fusionara con mis manos y su energía se hiciera una con la mía haciendo que un grito de agonía emergiera de mi garganta; en un mar de muerte y tortura como eran las calles en ese momento yo era tan insignificante como la muerte de aquel ser por una bala fortuita.
Un grito estremecedor lanzó aquel pálido joven antes de dejar de temblar en el piso, fui el único que observó cómo su rostro se deformaba y sus ojos adquirían tonalidades púrpura y rojizas mientras su boca se extendía más allá de lo normal para lanzar un sonoro grito que, como una onda pareció tumbar a todos a su alrededor cual bomba sin fuego; aquel grito estremecedor hizo que me olvidara de que el medallón ya no estaba en mis manos; aquel antiguo objeto de poder incalculable ahora era parte de mi cuerpo, se había fusionado en mi sin que me diera cuenta de ello.
Sentí un temblor en mi piel, como si algo en mí cambiara y pude sentir como mi corazón latía a mil por hora mientras los gritos y explosiones a mí alrededor se volvían ruidos lejanos; las balas y explosiones parecían ahora muy distanciadas de mí y en mi mente solo aparecían el recuerdo de Josselyn y Andrés a quienes había dejado atrás.
Me apresuré lo más que pude hacia el orfanato esperando aun encontrarlos con vida. Mi aliento era entrecortado mientras trataba de respirar aquel aire lleno de humo y muerte que inundaba las calles.
Cuando llegué al lugar todo lucía diferente a como lo vi por primera vez. El alguna vez majestuoso edificio que me había recibido en mi momento de mayor tristeza era ahora escombros chamuscados, la escultura de mármol del umbral estaba ennegrecida y las palabras en latín que decía: “DEJAD QUE LOS NIÑO VENGAN A MI” ahora estaban casi borradas; debo admitir que me congelé por unos segundos, tenía miedo de lo que encontraría una vez cruzara el umbral de lo que alguna vez fue mi hogar.
Un susurro pronunció mi nombre desde el interior del lugar, aquel susurro se hizo un poco más fuerte y me indujo a entrar al recinto en ruinas; era Josselyn, parecía mayor, como si en el transcurso de aquellas horas hubiera crecido varios años, lucía radiante, sonriente una actitud inusual para aquella situación en la que todos nos encontrábamos.
- ¿Qué te sucedió? – pregunté extrañado
- Estoy embarazada – me respondió frotándose el vientre.
- ¿Qué? – exclamé por toda respuesta.
- No tengas miedo – me consoló otra voz cerca de mí, una voz que nunca antes había escuchado.
Era Andrés quien por primera vez pronunciaba palabra.
- Lo que ella lleva es el fruto de una creación divina más allá de la comprensión humana, cuando un ser mortal toca el infinito espacio de los Dioses elementales el tiempo y la edad se hacen relativos, yo lo sé pues soy su guardián desde hace mas de cien años.
- ¿Cien años? – pregunté asombrado por sus palabras ya que no parecía más de doce o catorce.
- Sé que te es difícil de entender ahora, tal vez dentro de unos años.
- Es mejor no entender ciertas cosas, soy muy pequeño para entenderlo todo.
- Lo que debes entender es que ahora tú eres el guardián, mi trabajo ha terminado y el tuyo ha iniciado.
- ¿Te refieres por el medallón?
- Así es, yo me quedaré por el tiempo que me reste y cuidaré de Josselyn y su retoño; como todo hijo del abismo tardará más de lo usual en nacer y será poseedor de poderes más allá de la comprensión humana; poderes que solo el guardián del medallón podrá ayudarló a comprender.
- Ahora debes irte – me dijo Josselyn sin siquiera mirarme.
- ¿Irme?, ¿Por qué?
- El se habrá ido pero dos de los esbirros aun rondan esta tierra, debes alejarte lo más posible de ellos, debes alejarlos del medallón que ahora es parte de ti – me respondió Andrés.
Estaba triste por alejarme de ellos, los había encontrado tan solo para dejarlos una vez más sin siquiera saber si los volvería a ver, ni siquiera sabía si vería al “hijo del abismo” como Andrés llamó al bebé que crecía dentro de Josselyn, así que sin hablar más del asunto les di la espalda y me alejé de ellos sin decir adiós pero con lagrimas en mis ojos.
Todos estábamos en silencio, todo estaba dicho.
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