23.2.20

Día de los muertos (Corazón roto)



Las manos de los muertos,

Se extienden,

Bailan entre la penumbra,

Quebrándose en la noche,

Lanzando sus gusanos a los vivos

(Lo merecen, lo desean)

Sus dedos ansían la calidez perdida,

Gimen,

Lloran,

Sin descanso,

Sin motivo,

Porque todo muere,

Excepto aquello que ya está muerto

Y aun camina.

Choros y estornudos

Hace algunos años vivía un joven vendedor de empanadas llamado Alfredo con su madre, una mulata hermosa pero ciega, el muchacho con quince años sobresalía en sus estudios y también en lo valiente que era.

- Mijo - le dijo su madre mientras preparaba la masa para empanadas - necesito que entregues este paquete de empanaditas pa´ freír a la señora Romita en la nueve de octubre.

- Pero ma, esta muy lejos - replico el muchacho.

- Tranquilo, toma la bicicleta montañera y hágame ese favorcito rapidito, no te tomara mucho tiempo.

El muchacho se monto en su bicicleta verde y como un rayo partió preocupado, observando a todos lados tratando de que ningún sabido se le cruzara en medio y le robara su preciada bicicleta.

Pasaron un par de minutos y una sonrisa se le dibujo en el rostro mientras se decía a si mismo:

- ¿De que me preocupo? Las llantas de mi bici son super rápidas y nigun choro podría alcanzarnos.

En ese momento una botella se reventó delante de él haciendo que los fragmentos de vidrio cortaran ligeramente su rostro haciéndolo parar de la impresión.

- Pilas varón bájate de la bici - dijo un delgado muchacho cruzandosele en una destartalada bicicleta.
- Has lo que el pana te dice que el man es loco - acoto otro joven mientras sacaba un cuchillo amenazando a Alfredo.

Los dos sujetos lo ataron mientras lo insultaban y lo arrojaron en una saca cercana aprovechándose el nulo trafico del sector para luego huir en las bicicletas.

- Desgraciados - reclamo el muchacho tratando de zafarse de sus ataduras - hasta las empanadas se llevaron.

Con algo de esfuerzo Alfredo se libero de las cuerdas y empezó a correar para buscar ayuda.

- Esta anocheciendo, mi mami se va a preocupar, ¿Que hago ahora? - se dijo a si mismo mirando de un lado a otro preocupado.

Al poco rato de caminar se topo con una casa de cemente y madera donde el silencio era absoluto.

- ¡Hola! ¿Hay alguien aquí? Necesito ayuda - exclamo el joven golpeando la puerta desesperado.

Al tercer golpe la puerta se abrió lentamente y unos pasos apresurados se escucharon en la cocina mientras una voz susurraba: “Rápido, rápido”

- Eso no suenan a los dueños de la casa - se dijo a si mismo escondiéndose bajo la mesa del comedor.

Al asomar la cabeza observo a los dos escuálidos sujetos que le habían robado el paquete de empanadas y la bicicleta ingresar por la parte de atrás hacia el comedor.

- ¿Seguro que la vieja no esta compadre? - susurro uno de los ladrones.
- Para nada mi llave, esa doña es tan distraída que mira como dejo la puerta media abierta, ja, ja.
- Todo bien, pero mejor apurémonos que la doña puede regresar con su nieto antes y no queremos toparnos con ese policía.
- Simón, mejor escondámonos y esperemos a que la vieja se duerma para hacer nuestro camello, ¿Las bicis y la otra nota que nos robamos están seguras?
- Claro, están atrás a unos kilómetros de aquí, nadie se dará cuenta.

Los dos ladrones se metieron en un enorme armario de madera que solo guardaba ropa de invierno.

- ¿Que clase de loca guarda ropa para el frío en esta ciudad tan caliente?
- Yo no se - dijo el otro criminal - tu solo escóndete.

Alfredo empezó a escuchar voces acercándose a la casa y se dio cuenta que si lo encontraban adentro sería malo para él.

- Pueden confundirme con uno de los choros - se dijo a si mismo en susurros el muchacho mientras se dirigía a la cocina y salia por la puerta trasera.

- Mire abuelita, otra vez dejo la puerta abierta - dijo una voz acercándose a la casa.

- ¡Ay mijo! - esta cabeza la mía - se lamento la anciana.

Entonces el joven policía y la anciana cerraron la puerta mientras que Alfredo rodeo la casa hasta llegar a la entrada donde tragando saliva empezó a golpear con la esperanza de ser recibido sin causar demasiadas molestias.

- Ya voy, tengan paciencia - dijo una voz masculina mientras abría la puerta.

Un joven policía de piel canela y en uniforme observo a un muchacho sucio, con el rostro cortado y marcas de ataduras en brazos y pies que le decía con voz temblorosa: “Ayúdeme por favor”

- ¿Quien es? - pregunto una voz en el interior.

- Es un muchacho - respondió el joven policía - parece que ha sido atacado.

- Hazlo entrar mijo - ordeno la anciana de improviso.

El muchacho entro a la casa y empezó a explicarle a la anciana y a su nieto policía lo que le había sucedido.

- ... Y por eso estoy así, necesito ayuda.

- Pobrecillo - se lamento la anciana acariciando el rostro del muchacho.

- No lo se abuela, tiene cara de delincuente - acoto el policía.

- No digas pendejadas mijito, ahora que eres policía vez criminales por todos lados, debes tener hambre, ¿Quieres lavarte y comer algo?

El muchacho acepto enseguida y paso al baño sin quitar la mirada del enorme armario que se encontraba en la sala.

Cuando salio del baño la mesa de la cocina estaba preparada con comida y una taza de chocolate caliente.

- Gracias - dijo el muchacho mientras empezaba a comer.

- Aun pienso que no eres de confianza - dijo el policía - pero lo que dice la abuela se hace así que disfruta tu comida muchacho.

- Cállate y come usted también - acoto la anciana golpeando la cabeza del policía.

- Si abuelita - respondió el oficial con algo de temor.

- ¿Así que vendes empanadas? - pregunto la anciana con una amable sonrisa.

- Si señora - respondió Alfredo observando el armario - y también soy un mago callejero si la situación lo requiere.

- ¿En serio? - pregunto la anciana mientras se le iluminaban los ojos.

- ¿Y que tipo de trucos puedes hacer? - pregunto el policía alzando una ceja con desconfianza.

- Bueno, no estoy preparado pero un buen truco que puedo hacer ahora es crear una tormenta en un armario.

- Suena a algo que leí hace tiempo - menciono el policía.

- No creo - acoto la anciana - ¿Podría funcionar en ese armario? - señalo la anciana.

- Claro que si, solo necesito algo de pimienta y una silla grande.

El muchacho se subió a la silla y se percato que había un pequeño agujero como el suponía que daba al interior del armario y acercando su ojo pudo observar a los ladrones escondidos en una esquina dormidos y colocados en linea recta donde se encontraba el pequeño agujero.

- Estoy listo para el truco, solo le pido que no hagan ruido mientras hago el truco - susurro el muchacho.

La anciana y el policía accedieron a la petición y se quedaron observando como el muchacho derramaba la pimienta en polvo por encima del armario.

Al principio no paso nada, luego se escucharon estornudos, tos y el armario empezó a moverse de un lado a otro.

- ¿Brujería? - pregunto el policía.

- Mas parece que hubiera gente adentro - supuso la anciana.

- Si, hay gente adentro - aseguro Alfredo - vinieron a robar y estoy casi seguro que son los mismos que me robaron la bicicleta y las empanadas - deberían trabar la puerta.

El policía tomo su tolete y trabo la puerta de forma instintiva.

- Por favor déjennos salir.

- ¿Donde están mis empanadas y mi bicicleta? - pregunto Alfredo.

- Esas notas están por el matapalo a dos metros de esta casa, ahora déjanos salir que nos ahogamos - suplico el otro ladrón.

- ¿Los trajiste tu? - pregunto el policía sacando su arma.

- No señor, fue una simple coincidencia, esa es la verdad.

El policía abrió la puerta dejando salir a los dos ladrones a quienes apenas pudieron reaccionar mientras Alfredo golpeaba a uno con la silla y el oficial esposaba al otro.

- Lamento lo de la silla señora.

- Tranquilo muchacho, me salvaste la vida, una silla menos no es problema - le respondió la anciana sonriéndole - ahora ve, tus empanaditas se van a estropear.

El muchacho corrió a su bicicleta con la esperanza de entregar sus empanadas a tiempo pero con una maravillosa y sorprendente historia que contarle a su madre.

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