17.7.25

Superman es mejor que tus líderes

Ya se estrenó el Superman de James Gunn. Y sorpresa: un alienígena con capa, criado por granjeros, resulta más humano, empático y coherente que muchos presidentes, empresarios y multimillonarios reales que dicen que “quieren cambiar el mundo”. Sí, claro. Como no.



Clark Kent no fundó una red social tóxica, ni lanzó cohetes mientras despedía empleados por Zoom. Tampoco se tomó selfies firmando decretos. No, el tipo salva gente. Así, sin hashtags ni cámaras. Porque puede. Porque quiere. Porque le enseñaron a hacer el bien, no a sacarle provecho al sufrimiento ajeno.



Mientras tanto, aquí abajo, tenemos una jauría de Lex Luthors disfrazados de líderes: un par andan jugando a ver quién llega primero a Marte mientras evaden impuestos en la Tierra. Otro cree que libertad es sinónimo de especulación financiera. Y por estos lares hay políticos que confunden gobernar con dar entrevistas y posar con camiseta apretada. 


El Superman de Gunn no sólo es fuerte. Es decente. Sacrifica su bienestar por los demás, incluso por una humanidad que lo mira con sospecha. No se deja tentar por el poder, ni por el capital, ni por la idea de convertirse en ídolo. Es, en todo sentido, lo opuesto a quienes hoy manejan países o plataformas tecnológicas con una mezcla de cinismo, ego y frases mal traducidas del inglés.


Y sí, ya sé: "pero Superman no existe". Ya, bueno. ¿Y qué? El punto es que nos sigue enseñando que ser bueno no es anticuado, que la compasión no es debilidad, y que hay gente de verdad allá afuera —en hospitales, en escuelas, en barrios olvidados— que también ayuda sin buscar aplausos. Que no tienen capa, pero sí corazón.



Tal vez no necesitamos más líderes. Tal vez necesitamos más Supermanes. O al menos menos Lex Luthors con cuentas verificadas.


Y por favor… alguien que le diga a Elon que deje de jugar al Tony Stark en descuento. Ya da pena.


Y tú, ¿Conoces a algún Superman en tu vida diaria?


16.7.25

Aquí sentado, preocupado.

Me encuentro sentado en el parque Centenario escuchando a los viejos y transexual es conversar mientras los predicadores gritan y no puedo evitar preocuparme por mi país, Ecuador (sí, ese que muchos fingen que avanza hacia el futuro). No puedo evitar preguntarme, cómo llegamos a esto… otra vez. Pensé que el 2025 sería diferente. No más apagones, no más faltas de medicina, empleos y alza en la criminalidad. Algo de estabilidad, quizás un poco de justicia. Pero no. Aquí estamos (otra vez) con el alma en modo espera.




Daniel Noboa, el presidente qué decía ser la mejor opción, no lo fue. Sonríe en redes, aparece en TikTok, emite decretos como quien lanza confeti al abismo (y todos aplauden, o al menos los que lo apoyan sin importar nada, aunque el país se deshace entre cifras y shows). Mientras tanto, los que votaron por ellos siguen defendiendo su voto con la misma intensidad con la que se niegan a ver la realidad. Porque aceptar que se equivocaron sería, en este país de orgullo maltratado, más doloroso que vivir sin luz, sin sueldo o sin esperanza.



(Y sin embargo, la esperanza todavía tiene nombre para algunos: una camiseta roja, una cruz azul, una palabra como "cambio" vacía, brillante y hueca, como una bolsa de supermercado flotando sobre un basural).


Según datos oficiales (sí, oficiales), más de 7 millones de personas en Ecuador viven con ingresos por debajo de la línea de pobreza. La educación pública está en ruinas, con más de 3.000 escuelas cerradas en los últimos años y otras funcionando sin agua potable, sin pupitres, sin maestros capacitados. La cultura —esa palabra que parece un lujo en tiempos de crisis— apenas respira: menos del 0.3% del presupuesto nacional se destina a proyectos culturales, y solo si tienes el apellido correcto, o el contacto correcto, podrás aspirar a una migaja.


(A muchos artistas les toca elegir entre comprar una brocha o un plato de arroz… y a veces no hay ni arroz ni brocha).


Y mientras tanto, en Guayaquil (mi ciudad) el ruido de las motos y los disparos reemplazó al de los pájaros, y el miedo se volvió parte del uniforme diario. Salir a trabajar o a estudiar es una ruleta rusa. Ya no sabemos si regresar es garantía. Nos hablan de "seguridad" pero vivimos entre rejas, alarmas y simulacros de Estado.


Lo irónico es que Ecuador, tan pequeño como herido, parece condenado a repetir su propia historia como una canción rayada. Cuando no es el líder de izquierda que desea controlarlo todo sin admitir que se equivoca, es el banquero que quería salvarnos del infierno con Excel, o el heredero que juega al "líder moderno" mientras su país se prende fuego por los bordes. Cambian los nombres, no las tragedias.


(Yo escribo esto desde mi rincón, con más tristeza que rabia, porque sé que la rabia se gasta y la tristeza, en cambio, se queda).


Sé que quizás nadie lo lea. Sé que el algoritmo prefiere otra cosa: bailes, peleas, sarcasmos de 15 segundos. Pero aquí lo dejo. Como se deja una botella al mar. Por si alguien más, en algún rincón de esta tierra o de este Internet, también está sentado, preocupado, preguntándose si todavía vale la pena amar a este país sin que te rompa el alma en el intento.




10.5.25

𝗘𝗻 𝗱𝗲𝗳𝗲𝗻𝘀𝗮 𝗱𝗲 𝗹𝗼𝘀 𝘁𝗼𝗻𝗼𝘀 𝗴𝗿𝗶𝘀𝗲𝘀: 𝗰𝗲𝗹𝗲𝗯𝗿𝗮𝗻𝗱𝗼 𝗲𝗹 𝗽𝗿𝗼𝗴𝗿𝗲𝘀𝗼 𝗺𝗼𝗱𝗲𝗿𝗻𝗼

 Por: David ZeroXAxl


Un espectro no es un fantasma que te asusta en la noche ni una aparición etérea que te susurra secretos prohibidos. Es un rango electromagnético de energía, una franja de frecuencias dentro de un continuo más amplio. En psicología, y a veces en ciencias sociales, también se habla de espectros, aunque de una forma algo más ambigua e interpretativa. Así es como, desde la psicología, se habla del "espectro del autismo" y de la obsesión por dividirlo todo en categorías infinitas. Curiosamente, aunque la psicología y las ciencias exactas no se miran con demasiado cariño, eso no impide que la primera tome prestados conceptos de la segunda, los estire un poco y los use a su conveniencia.

El espectro del autismo surgió como una forma de describir la diversidad dentro de la condición, reemplazando la idea de un diagnóstico rígido con un modelo más flexible. Pero con el tiempo, el término se convirtió en una especie de contenedor para cualquier rasgo fuera de la norma, y de ahí pasó a ser una metáfora aplicable a casi cualquier fenómeno humano. De repente, todo era un espectro. Un espectro cognitivo, un espectro emocional, un espectro social. Y como la metáfora vendía bien, los colores se multiplicaron: del azul frío y clínico pasamos a una explosión arcoíris de identidad y pertenencia.

Así que un día me levanté y pensé: no es justo que solo los raros tengamos lindos colores y brillantes lucecitas. ¿No deberían los neurotípicos tener su propio espectro para ser representados? Después de todo, si los neurodivergentes tenemos el privilegio de un arcoíris conceptual, lo justo sería asignarles a ellos su propia franja dentro del espectro electromagnético.

Pensé en darles una parcela en el rango del ultravioleta, porque tiene ese aire exclusivo, inalcanzable a simple vista, casi místico. Pero la luz de tan alta frecuencia es cancerígena, y pobrecitos, no es algo con lo que deban lidiar. También consideré el infrarrojo, que es cálido y envolvente, pero tiene una vibra poco glamorosa, demasiado industrial. Al final, comprendí que los neurotípicos no están preparados para salirse de la luz visible.

Entonces, llegué a una revelación: el color definitivo no es azul, ni multicolor, ni ultravioleta. El color de la verdadera inclusión es el gris.

El gris no solo define la experiencia autista, sino la vida adulta de los autistas. No porque sea triste o apagado, sino porque es el tono que queda cuando rascas la pintura brillante de las campañas de concienciación. Detrás del "Día Mundial del Autismo" y de los discursos de aceptación, sigue habiendo desempleo, falta de apoyo y diagnósticos tardíos. Porque la realidad de los autistas adultos no cabe en eslóganes motivacionales ni en hashtags de redes sociales.

Pero no nos engañemos: el gris también define la vida adulta de los neurotípicos. No porque enfrenten las mismas barreras que los autistas, sino porque el sistema no es amable con nadie que no esté en la cúspide de la pirámide. Trabajos inestables, relaciones precarias, expectativas sociales inalcanzables. Para ellos, el gris no es una cuestión de identidad, sino la rutina que los consume sin que se den cuenta. El gris del "haz networking si quieres oportunidades", del "nadie quiere trabajar", del "el éxito es cuestión de actitud". El gris de la deuda universitaria, de los contratos temporales eternos, de la jubilación que se aleja cada vez más.

Es el color del avance político, donde las promesas de justicia y cambio quedan atrapadas en un limbo burocrático sin responsables. Es el color de los comunicados tibios, de los "estamos trabajando en ello", de los discursos que empiezan con "reconocemos la importancia de" y terminan sin comprometerse a nada.

Es el color del mercado laboral, donde "trabajo flexible" es solo un eufemismo para precariedad, y donde la estabilidad laboral es tan retro como los teléfonos con botones. Es el color de los contratos que nunca llegan a ser indefinidos, de los correos de "gracias por tu interés en nuestra empresa" y de los "podemos ofrecerte experiencia, pero no sueldo".

Es el color de la salud mental, porque la dicotomía entre "estar bien" y "estar mal" ya no aplica. Ahora flotamos en una niebla de ansiedad funcional, de agotamiento normalizado, de "ten cuidado con el burnout, pero por favor sigue rindiendo al 100%". Es el color de las listas de espera para terapia, del "¿has probado con mindfulness?" y del "no te quejes, hay gente peor".

Por eso, en esta era de ambigüedad institucional, de inestabilidad laboral y de agotamiento emocional, el gris se erige como el verdadero color de nuestro tiempo. No por su elegancia, sino porque es lo único que nos queda.

PD: El espectro gris puede no ser tan acogedor, pero es el único que abarca tanto a la neurodiversidad como a los neurotípicos. Un verdadero "espectro inclusivo", donde todos compartimos la misma incertidumbre, la misma fatiga y la misma falta de respuestas claras.

Porque al final, todos estamos jodidos, solo que unos un poco más que otros.

Al fin, un espectro que nos abriga a todos.




11.2.25

Cómo me ven los otros artistas.(fragmento de mi autobiografía)


 Es solo una parte de mi autobiografía luego de enterarme los rumores que hablan de mi sin conocer a ciertas personas:

 

La mayoría de los artistas ecuatorianos no triunfa, y no es solo por la falta de apoyo estatal, la escasez de oportunidades o la indiferencia del público. Es porque están demasiado ocupados intentando hundir a otros artistas. No importa si tienen talento o no, si su obra vale la pena o si están construyendo algo valioso. Lo que importa es no dejarlos sobresalir, no permitir que alguien más logre lo que ellos no han podido alcanzar o que siquiera los alcancen. Es un miedo disfrazado de crítica, una batalla absurda en la que nadie gana, pero muchos pierden.

 

Yo nunca me vi a mí mismo como un gran artista. No tenía esa arrogancia de creerme una figura trascendental en la literatura o el arte. Es más, durante mucho tiempo ni siquiera estaba seguro de que mis obras valieran la pena. Solo empecé a creer en ellas cuando la gente me lo dijo, lectores y colegas escritores me aseguraban que escribía bien, que mi estilo era descriptivo, atrapante, que lograba transmitir lo que otros solo intentaban. No fueron los premios, ni las críticas, ni los círculos literarios, bueno estos últimos ayudaron bastante, pero quienes me convencieron de mi talento fue el lector.

 

Con el tiempo, mis libros, mis cómics, mis historias empezaron a venderse. No de manera descomunal, no al punto de volverme una celebridad, pero sí lo suficiente como para vivir de ello. Y eso es más de lo que la mayoría puede decir en este país. No lo logré por estar destruyendo a otros, sino por enfocarme en mi obra, en construir algo propio, que resonara más allá del ego y de la competencia absurda.

 

Por supuesto, esto no me ha librado de ser el blanco de ataques...

29.1.25

Año Nuevo chino en Guayaquil: Celebración, identidad y posibilidades turísticas infinitas.

 Cuando las personas emigran, algunas buscan integrarse a su nuevo entorno hasta el punto de abandonar sus costumbres, cultura y festividades. No todos lo hacen, pero es un fenómeno frecuente. Por eso resulta admirable cómo la comunidad china ha logrado preservar su identidad cultural sin importar a que país emigre, y Ecuador no es la excepción, en especial en Guayaquil.

En Occidente, el calendario marca el año 2025 d.C., pero en diversas culturas la cronología varía, y según la tradición china, el nuevo año comienza el 29 de enero. En Guayaquil, donde reside una importante comunidad china, esta celebración tomó vida con majestuosas danzas de dragones, sobres rojos cargados de buenos augurios y espectáculos tradicionales que reunieron a la comunidad en torno a su herencia cultural. Sin embargo, más allá del colorido festivo, el evento reveló una visión ambiciosa: la creación de un barrio chino en la ciudad. La iniciativa podría revitalizar el turismo y aportar dinamismo a una metrópoli que desea reavivar la vida nocturna la cual está en terapia intensiva.



 

Una Ciudad sin Espacios Turísticos

 

Santiago de Guayaquil, pese a su riqueza histórica y su ubicación estratégica, se ha vuelto un lugar con poca oferta turística consolidada. Más allá del Malecón 2000, Las Peñas, ciertos parques, un par de iglesias y algunos sectores de Samborondón, los visitantes tienen pocas opciones para explorar. En el centro, a partir de las siete u ocho de la noche, ese sector se convierte en un espacio vacío, apagado, con comercios cerrados y calles desoladas.

Mientras en muchas ciudades del mundo los centros urbanos se transforman al anochecer en escenarios vibrantes de cafés, ferias nocturnas y eventos culturales, en Guayaquil la vida nocturna se ha ido apagando, a pesar de los esfuerzos de algunos por revitalizarla. La migración de bares y discotecas hacia zonas alejadas ha dejado al centro con escasas opciones de entretenimiento, volviendo estos espacios, pequeños, inseguros, poco atractivos o muy costosos para turistas y ciudadanos sin vehículo propio. La pregunta es inevitable: ¿qué puede hacerse para devolverle a la ciudad el dinamismo que alguna vez tuvo?

 

 


 

 

Un Barrio Chino para Revitalizar la Ciudad

 

Hay que admitirlo, existe una falta de diversidad cultural y de eventos, puede ser por la alta criminalidad o la desidia de los gobiernos, sin embargo, ante esta realidad, la comunidad china ha planteado una idea que podría transformar el panorama: establecer un barrio chino en Guayaquil. En otras metrópolis del mundo, estas barriadas no solo albergan comercios con gastronomía tradicional, sino que también se han convertido en vibrantes centros culturales y destinos turísticos. Actualmente, en Guayaquil ya operan varios restaurantes y tiendas en ese lugar, pero aún faltan espacios dedicados a espectáculos autóctonos. Estos no solo contribuirían a preservar la identidad cultural de sus comunidades, sino que también atraerían a locales y turistas por igual.

Parte de esa esencia persiste en la zona de la Bahía, donde a inicios del siglo XX la comunidad china se estableció como un eje comercial clave. Hoy, aquella herencia sigue viva y podría consolidarse aún más, fortaleciendo la oferta cultural y turística de la ciudad.

La propuesta no es descabellada. Ciudades como Nueva York, San Francisco, Londres y Buenos Aires cuentan con barrios chinos que se han convertido en atractivos emblemáticos. Un espacio similar en Guayaquil no solo fortalecería el turismo, sino que también aportaría diversidad y dinamismo a una ciudad que, al caer la noche, se vacía demasiado rápido.

El Año Nuevo Chino no solo es una fiesta; es una muestra del potencial que tiene la ciudad si se apuesta por la multiculturalidad y la revalorización de sus espacios. Tal vez sea el primer paso para que, en un futuro, Guayaquil deje de ser una metrópoli que se recoge temprano (en especial en el centro) y se convierta una vez más en un destino que invite a explorar, descubrir y quedarse un poco más.




 

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